Julián Escobar Rincón* - www.drjulianescobar.com
La señora Patricia ingresó a mi consultorio esta semana por un dolor intenso y limitante en su hombro, producto de largas y extenuantes jornadas de cuidados a un familiar adulto mayor, que lo hace con mucho amor, pero ahora le está costando su propia salud.
En la sombra de cada paciente crónico, de cada adulto mayor con demencia, de cada niño con discapacidad, hay alguien que carga el peso invisible del cuidado. Ese alguien muchas veces no es un profesional de la salud, sino un familiar (madre, esposa, hijo) que asume la responsabilidad total del bienestar del otro. Este fenómeno, que puede parecer un acto natural de amor, tiene un nombre menos conocido y profundamente alarmante: la enfermedad del cuidador.
Se manifiesta en forma de agotamiento físico, depresión, ansiedad y aislamiento social. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 40% de los cuidadores informales desarrollan algún tipo de trastorno psicológico. Lo paradójico es que quienes cuidan a otros, rara vez son cuidados.
En muchos hogares colombianos, el cuidado es una labor femenina, silenciosa y no remunerada. Se asume con resignación, sin formación, sin descanso y -muchas veces- sin un sistema de apoyo. La cuidadora se ve obligada a a suspender sus metas personales y a adaptarse a un ritmo dictado por la enfermedad ajena.
Ser cuidador no se limita a dar medicinas o ayudar a bañarse. Usualmente requiere de atención constante, a veces las 24 horas, no dormir bien, comer rápidamente, dejar el trabajo o postergar los sueños por el acto de amar y cuidar de otro. Al principio no se nota, pero con el tiempo el cuerpo y la mente empiezan a sentirlo: dolor, soledad, ansiedad, tristeza, irritabilidad o incluso enfado consigo mismo.
El problema es estructural y cultural. En nuestras sociedades, aún se considera un deber moral asumir este rol, lo que impide que se hable abiertamente de sus efectos destructivos. Hablar de la enfermedad del cuidador es, en última instancia, un acto de justicia.
Es reconocer que quienes sostienen a otros también necesitan ser sostenidos. Es entender que cuidar no debería significar desaparecer. Eso es abrir la puerta a una conversación que no puede esperar más: ¿quién cuida al que cuida?
Por eso, si estás en ese papel (o conoces a alguien que lo esté), hay algo que hay que decir en voz alta: ¡también necesitas cuidarte!. Pedir ayuda no te hace débil, tomar un descanso no es abandono, poner límites no es egoísmo. De hecho, todo lo contrario: si tú estás bien, vas a poder cuidar mejor.
La solución está en crear políticas públicas de respiro familiar, en fomentar redes comunitarias de apoyo, en incorporar el tema en los sistemas de salud y en reconocer formalmente el rol del cuidador. Algunos países han dado pasos tímidos, como subsidios, licencias laborales o formación básica en cuidados, pero aún estamos lejos de una respuesta integral.
* Cirujano de mano y miembro superior, ortopedista y traumatólogo.
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