Cruzábamos caminando con mi mamá la calle 72 en Bogotá hacia el norte, cuando comenzamos a oír de lejos algo potente: era la unión de los sonidos de las voces de muchas mujeres, de sus barras, de sus cantos gritados. Venían subiendo por la calle 72 hacia a séptima. Se nos acercaban, con cada paso que dábamos las oíamos más cerca. 
En un instante, quedamos en medio de ellas con sus pañoletas verdes y moradas y sus carteles que decían frases como: “Luchando también estamos enseñando: ni una más”, “Si te acosan en la calle, prende un porro. Así sí viene la policía”, “Quiero que mis alumnas siempre regresen a sus casas”, “Somos profes de las niñas que nunca vas a tocar”, “Es un hermoso día para destruir el patriarcado”, “No somos competencia, juntas somos resistencia”. “Me gustan las mujeres y no las acoso”, “Quiero morir de vieja, no por ser vieja”. 
Yo mire a mi mamá con mis carteles invisibles con esas frases que quisiéramos gritarle al mundo o a un hombre o a varios. Porque todas tenemos algún secreto o algo por decir sobre ser mujer en tiempos del patriarcado y como decía otro cartel que vi en Twitter: Señores: “Nunca tendrán la comodidad de nuestro silencio otra vez”.  También en un momento ahí paradas en plena calle, nos sentimos: Valentina, Juanita, Camila, Luz, Paloma, las representantes de nosotras mismas y de muchas mujeres.  
Mientras yo tomaba algunas fotos de la marcha, mi mamá se me perdió. Al verla de nuevo a lo lejos, me acerqué con curiosidad. Estaba al lado de un poste que pasó de estar limpio a quedar en segundos empapelado con carteles con frases como: “Qué la teoría feminista se ponga en praxis en la cotidianidad y no se quede sólo en la academia”, “Eso que llamamos amor de madres, de esposa es trabajo doméstico no pago”. Luego, vi que le estaba pidiendo a una joven, de chaqueta de cuero negra que tenía una pañoleta verde en el cuello, un cartel. A ver a mi mamá de 70 años convertida en toda una activista, era imposible que no se me pasara la película de todas las veces en que yo he sido testigo de ella como víctima del patriarcado. El cartel que le dieron y con el que sale en la foto que le tomé en ese instante decía: “Será feliz día cuando te dejes de reír de un feminicidio”. 
Seguimos nuestro camino, mientras la marcha se alejaba y nos dejaba. Mi mamá mientras tanto no paraba de hablar sobre lo importante que era que las mujeres hoy se expresaran, y no solo en el día de la mujer, sus rabias, miedos, esperanzas, sueños. Sobre que las mujeres no fueran ni competencia ni enemigas entre ellas, sino colectivos y lugares seguros. Y que era justo esto que acabamos de ver, lo que era impensable de expresar hace un par de décadas. 
Al oír a mi mamá, me sentía viendo la película Women Talking, de Sarah Polley ganadora del Oscar por la adaptación de la novela de Miriam Toews, en la que se plantea la importancia del poder comunitario femenino y se habla sobre el poder de decisión que cada una tenemos sobre nuestra historia. Y la libertad que tienen las mujeres de una comunidad religiosa aislada de decidir ante las violaciones y violencias de los hombres sobre si quedarse y perdonar, quedarse y pelear o irse. 
En todo caso, si a mi mamá le tocó vivir más el patriarcado que a nosotras, que ojalá las mujeres de las nuevas generaciones vivan en una sociedad con más equidad, derechos y libertades, y sobretodo menos muertes y violencia. Les hablamos a esas mujeres empoderadas del futuro, desde 2023 cuando en 2022, según la ONG Feminicidios Colombia, se registraron 259 asesinatos de mujeres por su condición de género. Y deseándoles que vivan sin el peso de cargar en su vida con carteles invisibles y como dice la frase final la película The Women Talking: “Your story will be different than ours” .