“Como vamos, vamos bien, dijo el borracho que lo llevaban de…” Este viejo y conocido refrán, para el caso de la economía colombiana, merece una pequeña variación. Y aunque parece que a los colombianos también nos llevaran de…, lo cierto es que en materia económica “vamos mal”. En efecto, quizás la nota más roja que deja este 2023 es el crecimiento del PIB del tercer trimestre del año que mostró la peor caída en la producción del país en lo que va de siglo (sin contar la pandemia). Y lo más seguro es que el decrecimiento continue en el cuarto trimestre del año y, consigo, entremos oficialmente al terreno de lo que la teoría económica llama “recesión”. 
De los 61 subsectores que componen el PIB, 25 decrecieron, siendo particularmente apremiante la situación de subsectores que históricamente han soportado el desempeño de la economía colombiana: café (-38%), carbón (-51%), petróleo y gas (-21%), minas y cantera (-29%) y automotores (-30%), por solo mencionar los casos más notables. De otro lado, estamos ante un desplome sin precedentes de la inversión privada (-34% en el tercer trimestre y -23% en lo corrido del año a septiembre) asociado con el mal ambiente de negocios y la entrada en vigor de una reforma tributaria que redujo los incentivos a la inversión. Y ni hablar del desplome de las ventas del comercio (-11% a octubre).
De otra parte, en lo que a inflación se refiere, no podemos negar que tras dos años de incrementos sostenidos, este año Colombia logró por fin “romperle el pescuezo”. Sin embargo, la victoria no es del todo dulce cuando se contrasta la rapidez con la que países vecinos comparables han disminuido su inflación. Mientras que Chile, México y Brasil la han llevado al rango de entre 4% y 5%, nosotros aun nos movemos en cifras de doble dígito (10,2% a cierre de noviembre), con el agravante del anunciado incremento al precio del diésel que seguramente impactará la inflación del 2024. Entre más tiempo nos demoremos en llevar la inflación a los valores objetivo del Banco de la República (entre 2% y 4%), más difícil será darle vuelta al sombrío panorama económico.
Un último tema que no podemos dejar de mencionar es el desempleo: según datos del DANE, el piso de la tasa de desempleo se alcanzó en agosto. Desde ese mes la tasa nacional desestacionalizada (corregida por los efectos sobre contratación del mes específico) ha venido aumentando, en concordancia con el deterioro de la actividad económica. En octubre se ubicaba en 9,9% y, de seguir así, es muy probable que en 2024 tengamos que lidiar con un desempleo permanentemente en doble dígito. Preocupa particularmente la caída en el empleo en los sectores de industrias manufactureras, comercio y construcción, que son aquellos que exhiben una mayor cantidad de encadenamientos productivos con el resto de la economía. La decisión que se tome antes de finalizar el año respecto del incremento del salario mínimo será particularmente importante, pues ella reforzará o debilitará la ya preocupante tendencia de deterioro de este importante rubro de la economía.
Y la ñapa: no acaba de entenderse cómo, ante la dramática reducción de la inversión privada y el generalizado deterioro de la actividad económica, la respuesta del Gobierno no haya sido compensar decididamente con incrementos en la inversión pública. Por el contrario, con corte a noviembre, de cada $100 que programó la Nación para inversión, apenas ejecutó $61. En fin, nos encontramos frente a un panorama económico sombrío. Y si este año estuvo difícil, preparémonos porque el próximo lo será aún más. Indiscutiblemente, como vamos, vamos mal.