Según registros históricos, durante decenas de siglos existió una ruta comercial que arrancaba en China y recorría el continente asiático hasta llegar a Turquía, en el mar Mediterráneo, que facilitaba el intercambio comercial entre Europa y Asia.
Este sendero adoptó el nombre de ‘Ruta de la Seda’ en honor al producto más importante que, entre tantos otros, por allí circulaba, precisamente la seda, originaria de China y cuyo proceso productivo era considerado un secreto.
Y aunque el descubrimiento de América le restó importancia estratégica, dado que se abrieron nuevos recorridos comerciales a través de los océanos Atlántico y Pacífico, la Ruta de la Seda siempre conservó su tradicional encanto en la memoria de la humanidad, como bien da cuenta el libro “Los viajes de Marco Polo”.
Esta Ruta, que fue una de las más importantes del mundo, la quiere hoy revivir, léase ‘repotenciar con alcance mundial’, el actual presidente de China, Xi Jinping, como una estrategia geopolítica para alcanzar una mayor predominancia en el planeta, financiar el desarrollo de infraestructura en los países que adhieran y promover el libre comercio entre esas naciones.
Según algunos medios de comunicación internacionales, ya 140 países se han sumado a esta iniciativa. Una cifra nada despreciable.
Pues bien, dentro de esa gran lista de naciones que han adherido a la iniciativa del presidente chino, se encuentra Colombia, que la semana pasada, a través de la canciller, firmó el documento que así lo ratifica.
Y las implicaciones de esta movida no son menores, por lo que vale la pena preguntarse con rigor: ¿Qué tan acertada es esta decisión para Colombia? ¿Son realmente superiores los beneficios a los costos potenciales?
Países vecinos adheridos a esta iniciativa han presentado un notable incremento en su deuda pública externa, aunado a una creciente dependencia económica de China, lo que inevitablemente ha generado tensiones con Estados Unidos.
Este último factor es particularmente crítico para Colombia, cuyo principal socio comercial y financiero es, precisamente, Estados Unidos. No sólo es el principal destino de nuestras exportaciones, sino que la inversión que llega desde ese país ha sido fundamental para el desarrollo de grandes proyectos.
Adicionalmente, profundizar relaciones comerciales con China traería una avalancha (mayor) de productos chinos baratos, lo que representaría un duro golpe para la industria colombiana.
Solamente con la firma del documento ‘confidencial’ de la semana pasada, ya estamos sufriendo costos diplomáticos y estratégicos como la reacción inmediata de Estados Unidos, que condenó severamente la intención del Gobierno colombiano y amenazó con retirar financiación clave para proyectos como el metro de Bogotá y tantos otros que requerirían financiación de la banca multilateral. Eso no le conviene al país.
Colombia no puede reemplazar una relación estratégica, probada y benéfica con Estados Unidos por una alternativa incierta, que promete mucho, pero que podría costar aún más. ¿Vale realmente la pena cambiar algo que funciona por una apuesta ideológica que podría salir mal?
Por ello la invitación al Gobierno colombiano a ponerse ‘guantes de seda’ para manejar con inteligencia y pragmatismo este delicado asunto sin menoscabo de los intereses nacionales.