Aún recuerdo cuando creé mi perfil de Twitter en marzo del 2009. Por aquella época seguía a Juanes y otros artistas, pues era una manera directa de saber de ellos sin esperar los reportes de prensa. @LuisFMolina ha estado conmigo desde entonces y seguramente es notaría de cuánto he cambiado de opinión, de tantas veces que me he logrado contradecir, de las formas en las que alguna vez luché por una causa y de cómo, con el paso de los años, los meses o los días, me he convertido en un hombre más silente en esa red social.
Por Twitter he compartido alegrías y tristezas; he comunicado la intimidad de mis más emotivas tusas y hasta he ‘cantado’ los goles de la Selección Colombia, además de celebrar las anotaciones de los Minnesota Vikings, mi desgaste deportivo más importante. Mi cuenta está llena de cosas irrelevantes que me han marcado, pues Twitter lo permite casi todo y, por eso, su popularidad se ha mantenido a flote y es fortín de muchos para llegar a las masas con un mensaje corto, contundente y, en ocasiones, poco claro.
La consultora estratégica Kepios estima que el potencial total de publicidad en Twitter puede llegar a 556 millones de usuarios, pero eso solo es una utopía. Twitter aún es un universo donde hay enorme opinión, sobre todo en tiempo real, pero que también se ha vuelto un mural donde es fácil ‘morir’ lapidado. Hace años había una campaña bondadosa llamada #FF (Follow Fridays) en la que muchos usuarios sugerían qué cuentas seguir. Pero de esa bondad, poco queda.
Tiempo atrás -porque aquí parece que todo tiempo pasado sí fue mejor- esta plataforma permitía conectar rápidamente con personas de todas las ramas del saber dispuestas a hablar sobre aquello que les apasionara. Ahora, básicamente, mi cuenta de Twitter sobrevive por la actividad periodística que allí se vive, por la presteza con la que llegan los datos y algunas reacciones de personas que suelen ser noticia. Si bien puede ser una ventaja, cada vez hay que tener más cuidado y desconfianza con lo que allí se dice.
Twitter siempre ha sido ese espacio donde todos hablamos al mismo tiempo y tiene enormes cantidades de ruido. Mi perfil, lejos de ser la representación de alguien ‘prestante’, es una cuenta que ahora se dedica a entregar un pronóstico del tiempo de lunes a viernes y a plantear comentarios esporádicos sobre lo que pasa en la ciudad y en la vida, generalmente. No me provoca hablar de nada más y hasta he pensado en cerrar finalmente la cuenta y quedarme con un perfil alterno y privado que tengo en el que me siguen 13 amigos cercanos.
Parte de este cansancio está por la dinámica que le dan aquellos líderes tuiteros que buscan ejercer poder desde su celular y promover solo sus puntos de opinión haciendo que sus partidarios formen una guerra a donde llegan. Hay presidentes que se deben a sus millones de seguidores, así como hay alcaldes que destruyen la confianza ciudadana al no medir la profundidad de sus postulados ideológicos.
Twitter ha pasado a ser esa herramienta promotora de la comunicación a ser un arsenal de mensajes falsos que tratan de ir en bloque para reducir el alcance de otra idea. También es casa de las mal llamadas bodegas; esas cuentas dedicadas a la propaganda y al descrédito del contrario. Hoy, Twitter es un lugar violento y desgastante; incluso nocivo para la salud mental.
Esta plataforma se volvió el sitio ideal para desarrollar estrategias tan clásicas como el ‘Xuanchuan’, que no es otra forma que el recuerdo chino de aquel cinturón de transmisión de ideas para adoctrinar y movilizar ampliamente las masas. Las bodegas están allí para ser esas alas promocionales del interés de turno mientras hacen perder peso y alcance a la verdad.
Por eso estoy en medio de un hartazgo tuitero. No pensé que fuera a suceder tan rápido, pero ya no provoca estar en esta red, donde hay tanto talento, ingeniosos memes y sarcasmos, así como hilos explicativos tan valiosos, pero donde a veces la cantidad de ruido hace insufrible su uso. Incluso, debo muchas amistades a Twitter.
Es menester comenzar a silenciar las cuentas que más rumores producen para disfrutar de la plataforma -en lo que queda-, así se sienta como si ya estuviera en un universo paralelo y Elon Musk la quisiera reformar. De allí que el mundo de Twitter sea solo un poderoso universo virtual que se cuela a la realidad.