El 8 de diciembre las luces se encienden en los hogares colombianos para rendir homenaje a la Virgen María y, al mismo tiempo, preparar el camino para el nacimiento de Jesús. Este día, conocido como la Fiesta de la Inmaculada Concepción, se convierte en una celebración de la luz, tanto externa como interna. Es un momento en el que nos recordamos a nosotros mismos que la luz no es solo una chispa que ilumina el exterior, sino una llama que debe arder en nuestro corazón.
La luz es esperanza. En un mundo que parece más oscuro a veces, rodeado por incertidumbres y desafíos, el simple acto de encender una vela es un recordatorio de que la oscuridad nunca tiene la última palabra. La esperanza no es una ilusión ingenua, sino la certeza de que, incluso en los momentos más difíciles, siempre hay una luz que nos guía. Esa luz no solo viene de afuera, sino que nace de dentro de nosotros cuando decidimos actuar con bondad, empatía y compasión.
Pero la luz también es claridad para el discernimiento. En la vida diaria, nos enfrentamos a decisiones que pueden parecer difusas. En medio de la penumbra de la duda, la luz es la claridad que nos ayuda a tomar decisiones con sabiduría y rectitud. Esa luz, que algunos llaman conciencia, nos permite ver con mayor nitidez lo que es correcto y justo, iluminando el sendero hacia una vida más auténtica y coherente. Cuando abrimos nuestro corazón a esa luz, descubrimos el poder de discernir con amor y responsabilidad.
Sin embargo, la luz no es tarea de uno solo. Es una responsabilidad compartida. En una sociedad que muchas veces se encuentra dividida, encender la luz de la solidaridad y la corresponsabilidad es más urgente que nunca. Todos tenemos una chispa que ofrecer para iluminar el camino común. Si cada uno encendiera su propia vela de generosidad, respeto y cooperación, nuestra sociedad sería más cálida, más humana, más llena de luz.
La luz como verdad, que sirve de contraste ante la mentira, el engaño, la trampa, la hipocresía, las verdades a medias. Luz, para ser libres. La luz para construir humanidad.  
Finalmente, esta luz toma la forma más tierna en la figura del Niño Jesús, que nace en medio de la noche más oscura. Su llegada no es solo un acontecimiento histórico que recordamos cada Navidad, sino un evento que se renueva en el corazón de cada persona que acoge su mensaje de amor. Jesús es la luz que transforma, que da sentido y que invita a una renovación constante.
En esta época del año, cuando encendemos velas en nuestras ventanas y balcones, recordemos que no se trata solo de una tradición bonita. Es una invitación a ser luz para los demás. Porque cuando permitimos que la luz de la esperanza, el discernimiento, la corresponsabilidad y el amor brillen en nosotros, no solo iluminamos nuestro camino, sino también el de quienes nos rodean.

Luis Felipe Gómez Restrepo