En el transcurso de la vida nos enfrentamos a una infinidad de retos cotidianos que van desde pagar impuestos hasta manejar el estrés.
Sin embargo, la mayoría de estos desafíos no se abordan en los sistemas educativos formales, dejando a muchos jóvenes sin las herramientas necesarias para enfrentar la vida con seguridad y eficacia.
¿Está preparando la educación actual a las personas para la cotidianidad y la civilidad? En realidad, los colegios podríamos preparar más para la vida real.
Un modelo educativo integral debería incluir competencias prácticas que resultan esenciales en el día a día. Saber declarar impuestos, proteger nuestras contraseñas digitales, cocinar alimentos saludables, contratar seguros, realizar reparaciones caseras básicas, e incluso practicar defensa personal son habilidades que impactan directamente en nuestra calidad de vida.
No se trata de reemplazar del todo el conocimiento académico, sino de complementarlo con herramientas útiles para la vida.
Tomemos, por ejemplo, la etiqueta social y las finanzas personales. Enseñar a los estudiantes cómo comportarse en diferentes entornos sociales o cómo administrar un presupuesto no solo los prepara para el éxito profesional, sino también para construir relaciones sólidas y manejar sus recursos de manera sostenible.
Por otro lado, habilidades como hablar en público y manejar el estrés no solo son clave en el ámbito laboral, sino también en el personal, familiar, promoviendo la confianza y el bienestar emocional.
El manejo de un vehículo y su mantenimiento podría parecer una destreza obvia, pero muchas personas enfrentan situaciones de emergencia en la carretera sin saber qué hacer.
De igual forma, las habilidades de supervivencia -como saber qué hacer en caso de un desastre natural- pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte, ¿cómo hacer la respiración artificial? ¿Cómo trancar una hemorragia? ¿Cómo limpiar una herida correctamente? ¿Por qué no integrar estos temas en los currículos escolares?
La verdad es que perdemos mucho tiempo en contenidos que jamás utilizarán los estudiantes y podríamos hacer más divertida la vida en los colegios con el desarrollo de las habilidades para la cotidianidad.
Además, incorporar estas competencias en la educación formal fomenta la corresponsabilidad social. Saber cómo ser ciudadanos informados, responsables y capaces de contribuir al bienestar colectivo es una expresión concreta de civilidad. Esto no solo beneficia a los individuos, sino también fortalece la cohesión social.
El sistema educativo actual puede tomar ejemplos de iniciativas exitosas en otras partes del mundo, donde se han implementado programas de “vida práctica”. En Finlandia o Japón los estudiantes aprenden desde temprana edad a realizar tareas básicas del hogar, administrar su tiempo y participar activamente en la comunidad.
He conocido en Colombia algunas experiencias puntuales muy buenas, como la del colegio que enseñaba a planchar a todos los estudiantes, y a preparar un buen plato.
Es necesario un cambio de paradigma. El pedagogo Jhon Dewey nos inspira a decir: “No basta con preparar a los jóvenes para el éxito académico; debemos prepararlos para la vida”.