En tiempos donde la gestión pública suele verse empañada por la improvisación o el cortoplacismo, resulta justo destacar aquellos casos en que la administración de lo público se traduce en resultados concretos y sostenibles.
Tal es el caso de la actual Gerencia de la Industria Licorera de Caldas, a cargo de Diego Angelillis Quiceno, quien ha continuado con acierto el modelo empresarial iniciado años atrás por Luis Roberto Rivas Montoya, y que hoy muestra frutos palpables para el departamento.
La decisión de mantener un estilo gerencial orientado por criterios técnicos, eficiencia operativa y proyección comercial ha sido clave para consolidar a la Licorera como una empresa competitiva en el contexto nacional.
La apuesta por la innovación en productos, el fortalecimiento de la marca Aguardiente Cristal y Ron Viejo de Caldas y la recuperación de mercados estratégicos han permitido no solo sostener, sino incrementar los niveles de venta.
Las cifras de los últimos años son elocuentes: en el 2024 la Industria Licorera de Caldas registró ingresos superiores a $550.000 millones, con una utilidad neta de $65.062 millones, lo que representa un incremento del 28,6% respecto al año anterior.
Pero no se trata solo de buenos números. La gestión de Angelillis Quiceno ha demostrado visión estratégica al involucrarse activamente en la defensa de un mercado más libre y equitativo para los productos de la industria nacional.
La controversia por las restricciones de comercialización entre departamentos -una herencia de estructuras proteccionistas disfrazadas de defensa regional- llegó hasta la Corte Constitucional.
Fue gracias a la argumentación jurídica y económica impulsada desde la Gerencia de la Licorera, con el respaldo decidido del Gobernador de Caldas, que se logró una decisión que derriba barreras arbitrarias y abre camino a la libre circulación de bienes legales como el aguardiente.
Este triunfo jurídico no es menor. Más allá de los intereses comerciales de Caldas, se trata de un avance para la integración económica del país, el respeto al derecho de los consumidores y la coherencia con principios constitucionales como la libre competencia. La Industria Licorera de Caldas no solo defendió lo suyo: ayudó a transformar una regla del juego que por años limitó el desarrollo del sector.
Este caso invita a pensar en lo que es posible cuando se combina visión empresarial, liderazgo público y compromiso regional.
La Gerencia actual no ha pretendido reinventar el camino, sino consolidar y proyectar con seriedad lo que ya venía dando resultados. En tiempos de incertidumbre institucional, vale la pena reconocer modelos que funcionan. Y más aún, protegerlos.
Las buenas administraciones hay que conservarlas, especialmente frente a la desaforada ambición de ciertos políticos que ven en las empresas públicas un botín y no un bien común.
La Licorera es hoy un ejemplo de que el Estado, cuando se administra con responsabilidad y profesionalismo, puede ser eficiente, rentable y transformador.