“En dos años no sabremos dónde estaremos…”, esta frase la pronunció un ingeniero que está trabajando en Inteligencia Artificial. Y es totalmente cierto, el nivel de evolución y transformación que se está dando en este campo del conocimiento es muy grande y se pueden dar mutaciones muy grandes, que no sabemos dónde nos llevarán. Ante esta incertidumbre la pregunta que emerge es si se debe regular la Inteligencia Artificial y en caso afirmativo cómo.
Una de las herramientas emblemáticas de la Inteligencia Artificial, el ChatGPT, del inglés Generative Pre-trained Transformer, que traducido al español sería Transformador Preentrenado Generativo, irrumpió el año pasado y se especializa en el diálogo y la generación de textos. Inmediatamente en muchos colegios alrededor del mundo lo prohibieron y bloquearon. En las universidades se prendieron las alarmas, especialmente aquellas que piden pequeños ensayos. Hoy, muchos de esos mismos colegios están desbloqueando y los profesores están haciendo nuevas guías para sus clases y trabajos integrando dicha herramienta. Pero no solo fueron los profesores los asustados, sino que importantes miembros del sector pidieron una especie de moratoria para poder pensar mejor sobre cómo integrarlo a la vida social. Consideran, además, que pueden existir problemas éticos muy profundos en su manejo. La verdad es que se le ve una gran potencialidad a la IA, pero hay mucho temor.
En medio de este debate se comenzó a preguntar sobre la necesidad de una reglamentación legal de la Inteligencia Artificial. Recientemente, en el New York Times apareció un interesante artículo que señala los pro y contras de la eventual reglamentación. De una parte, se considera que realmente no se sabe a dónde nos llevará esta nueva tecnología y por lo tanto es difícil regularla por anticipado. De otra parte, hay muchos temas como el de violación de datos, que ya generó en Italia la suspensión de la herramienta. Pero también hay muchos temas éticos sobre su manejo y uso. En este debate se considera que no está maduro el tema como para regularlo, pero que sí se requiere que haya un cuidado por todas las autoridades, cada una desde su órbita funcional, estén pendientes de qué infracciones o vulnerabilidades se pueden dar desde las nuevas herramientas, para ir tomando correctivos. Como dicen, en el camino se arreglan las cargas.  El NYT considera que una reglamentación en Estados Unidos puede llegar, por rápido, en dos años. Pues solo lo harán cuando la hayan comprendido.
Lo que sí podría ayudar sería una reflexión desde la academia, incluyendo a los filósofos, que puedan iluminar el camino, gracias a sus preguntas, cuestionamientos y críticas, que como unos buenos entrenadores puedan ir acompañando a los equipos que van desarrollando, probando e implementando las herramientas. Como sociedad, debemos estar atentos y proactivos. La regulación deberá venir, pero lo más importante es que tengamos unos criterios sólidos para poder evaluar su impacto, para poder conducirlo lo mejor posible. Tal vez, la mejor actitud es la de los profesores que ya comenzaron a integrarlo en sus currículos y que seguramente podrán entrenar a las nuevas generaciones en un uso crítico de estas herramientas.