Esto, que podría sonar como una simple disyuntiva, se debería convertir en el principal motivador que todos los seres humanos tengamos en desarrollo de nuestra relaciones personales, laborales y  profesionales. 
A lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas que ante el reclamo de los demás, por una conducta no adecuada o unas palabras fuera de tono, se limitan a responder para justificar su comportamiento: “Es que yo soy así”; sin mostrar la menor intención de cambiar su actitud, con el aparente total convencimiento de que están obrando con dignidad y mucha autenticidad. 
Llegando incluso al límite de poner en riesgo muchas cosas, sólo por el hecho de llevarse un punto, cuando lo que realmente está pasando es una falta de buen criterio, que peligrosamente nos puede arrastrar a la mediocridad.
Cuántas maravillosas relaciones se han destruido precisamente por actitudes como esta. 
Cuántas oportunidades se han dejado de aprovechar por actuar así y no corregir a tiempo; es insólito que no nos demos la opción de rectificar cuando evidentemente estamos equivocados.
No se justifica que prefiramos someternos a que nos cambien por el sólo hecho de no cambiar. 
Muchos dirán que actúan amparados por la coherencia.
A mi juicio, el ser coherentes no nos debe llevar a la tozudez. 
En cualquier momento de la vida podemos pensar diferente, sin que esto sea muestra de debilidad o falta de criterio; todo lo contrario, es una muestra inteligente de entender nuevos argumentos que nos llevan al mismo tiempo a adquirir nuevos aprendizajes, lo que a su vez nos va a permitir cambiar de opinión o de  posición frente a alguna situación. En algún momento, con sobrada razón, Inmanuel Kant dijo: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio nunca”. 
En ocasiones creo que este tipo de comportamientos no están fundamentados exclusivamente en el orgullo y la arrogancia, sino que también reflejan una carencia  enorme de inteligencia emocional que dificulta cualquier tipo de comunicación, lo que a su vez deteriora sustancialmente nuestra forma de relacionarnos con los demás; de ahí la importancia de estar abiertos al cambio. 
Sobre esta base, deberíamos también entender, respetar, aplaudir y promover el cambio en los demás. De hecho, una de las principales competencias que exigen muchas organizaciones para que los candidatos puedan acceder a una oferta laboral, es la adaptación al cambio. 
Para lograrla debemos estar siempre dispuestos a la posibilidad de acomodarnos, sin mayores inconvenientes, a cualquier tipo de transformación que se pueda llegar a  presentar en una organización. 
Pasa también con muchas marcas. El mercado les puede decir una y otra vez que por ahí no es el camino, y a pesar de ello, continúan como si nada, sin moverse un milímetro. 
El cliente simplemente responde cambiándolas.
Asumamos entonces la buena decisión de estar abiertos a cambiar, cuantas veces sea necesario, sin olvidar que, sino lo hacemos nos vemos abocados a que nos cambien.