Y no lo digo por Petro. Fue un asunto mundial, una caricatura de la historia, cuando hace 33 años implosionó, colapsó por dentro el imperio marxista-leninista de la Rusia soviética, la nave almirante de la izquierda universal.
Dos anécdotas.
Una. Patrick O`Meara escribió la biografía de Kondraty Ryleyev, ruso, conjurado para asesinar al zar, que fue condenado a la horca.
Cuando el 25 de julio de 1826 se abrió la compuerta a sus pies, cayó y la soga se rompió. Se levantó y gritó: este gobierno incompetente no es capaz de fabricar una cuerda apropiada.
El hecho se consideró un mensaje celestial para la conmutación de la pena.
El mensajero fue donde el zar, a consultarle. Iba a firmar el perdón, preguntó cómo había ocurrido; informado, ratificó la decisión de ahorcar al poeta y conspirador.
Premonición de la incapacidad del imperio zarista y su caída con la revolución de octubre de 1917.
Dos. Muchos años después, el 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov, en el elegante Kremlin, se disponía a firmar su renuncia; con ella finalizaba la “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”; lo que intentó ser izquierda mundial se convertía en economía de libre mercado.
Gorbachov intentó firmar, no le logró el lapicero; Entonces Tom Johnson, de CNN, le prestó su Montblanc, que sí cumplió.
Las perversiones de un sistema, capaz de fabricar la bomba atómica, pero incapaz de producir un bolígrafo y el suficiente papel higiénico.
La gran pretensión de la izquierda mundial moría al amparo de un bolígrafo del capitalismo.
Ese experimento marxista de la izquierda universal, que pretendió copar todo este globo terráqueo, expiró por ser algo “contra natura”. Él solito. Tanto fue así, que al final su gran enemigo, los Estados Unidos, trataron de ayudarle. Créditos, alimentos, pero ni así se mantuvo.
Grotesco imperio este que se derrumbó, no obstante la colaboración y apoyo de sus competidores. Gorbachov, saliente, lo que hizo a continuación de su dimisión fue llamar a Bush padre, a contarle y desearle feliz Navidad.
Boris Yeltsin, lo primero que hizo al tomar el mando, fue llamar también a Bush, para informarlo y hacerle varias peticiones. Para el historiador John Lucaks “fue una anomalía en la historia mundial”.
Yeltsin, en sus memorias, enjuició a esa izquierda marxista por “corrupta, ineficiente y condenada al fracaso”. Gorbachov, también en sus memorias: “la sociedad se ahogaba en las garras de un sistema autoritario burocratizado, condenada a servir a la ideología”. Así le dijeron adiós a la izquierda. Adiós.
En medio del terror que generó ese experimento, hay una infamia de la que no se ha hablado.
Según la neurociencia, el lenguaje, la posibilidad de expresarnos, reconfigurar y mejorar nuestro cerebro.
Ese sistema represivo de la Rusia marxista, con tan eficientes medios para reprimirla, acabó con la libertad de expresión. Privó, así, a sus ciudadanos, de un elemento para mejorar sus cerebros.
George Orwell, militante marxista, crítico del estalinismo, en 1984 le hace decir a un policía: “al final convertiremos el crimen del pensamiento en algo literalmente imposible, porque no habrá palabras para expresarlo”.