Hay políticos que miran más hacia el pasado, que llevan su carga de ideas estancadas y que, aún más, gobiernan con sus prejuicios y frustraciones; y por eso su objetivo no es sanar y agenciar progreso, sino consumar venganzas. Su búsqueda desde el poder es el desquite. Son gobernantes que dejan que el pasado les gobierne -y mal- tanto el presente como el futuro. Al contrario, hay otros estadistas que, como Felipe González, colocaron sus objetivos en un diagnóstico claro y en un futuro plausible. Por ello fue presidente del gobierno español desde 1982 y hasta 1996, catorce años a contentamiento electoral continuado.
Felipe González fue un caso de precocidad. Antes de los treinta años jefe del centenario Partido Obrero Español (PSOE), con ideología marxista. Pragmático, González anunció que le pediría al congreso de esa colectividad que abandonara ese rótulo. Perdió; se fue al exilio político; lo tuvieron que llamar; y el nuevo congreso ratificó el retiro del marxismo de su programa. Vino luego la victoria, bien administrada con una consigna no ideológica: “el cambio consiste en que España funcione”.
La otra gran rectificación fue en relación con la organización europea militar defensiva, OTAN. En el programa: de entrada OTAN NO. Ya en el gobierno consideró esencial permanecer para ingresar a la Comunidad Europea. Un referendo y González multiplicándose para pedir voto por el sí. “Él se había equivocado, pero puesto que España lo había votado, España debía ayudarle a reparar su error”. En contra de las izquierdas internacionales reconoció el estado de Israel; y se alió con Kohl, presidente alemán de derechas, el valedor para el ingreso, tan definitivo, de España a la Comunidad Europea.
Buscó la introspección y la autocrítica. A los cuarenta años presidente, reconoció: “busco un camino necesario de maduración”. Cumplió una reflexión que debería ejercitar todo un gobernante criollo: saber distanciarse del poder mismo para mantener el equilibrio sicológico y evitar usar el poder como un instrumento solo de realización egoísta.
Para superar rencores, él, perseguido por Franco, durmió en la cama de este en el emblemático yate “Azor”. ¿Qué se siente? Nada, cuando no se tienen demonios ideológicos en la cabeza. Gran discreción de sus familiares. Su esposa con la máxima reserva en el ejercicio del modesto magisterio. A los 74 años su padre, viudo, volvió a casarse. No se lo comunicó a nadie ni a su hijo, el presidente: “soy un ciudadano que se casa como cualquier otro”.
Contra el populismo gastón, austeridad, contención salarial, liberalización de la contratación laboral. Un norte: “no crear desequilibrios imprudentes en la sociedad”. Cierto que mucha corrupción -que no la suya- en su gobierno. Pero le evitó a España el experimento destructor de una izquierda ideologizada. Reforzó la transición hacia la democratización y no hubo memoria de venganzas y sí olvido y perdón. Reconciliada por esa izquierda realista, España ingresó a Europa y a la modernidad. Y va bien.