Pequeñísimos, peligrosos, hermosos, azarosos, portentosos.
Peligrosos. Que no hay enemigo pequeño, lo demostró la covid-19, e igual lo hacen tantas bacterias que merodean -cual guerrilleras, rampantes y actuantes- nada menos que por los territorios de sus enemigos, por clínicas y hospitales.
Hermosos. Lo demuestran lo ínfimo y manso de las humildes semillas. Por ejemplo, la del roble, la bellota, con un peso de 2 gramos, que en tierra amable se magnifica hasta crecer 30 metros y pesar 30 toneladas. Grandioso: lo vegetal, en su inmensidad cubriendo este planeta, y sustentando a la humanidad, y ello cómo producto del trabajo silencioso de unas mínimas semillas que crecen, y que trabajan para florecer y fructificar; y que luego concluyen en una sin igual sinfonía de verde y altura. En “Lo pequeño es hermoso”, E. F. Shumacher se sorprende: “La naturaleza sabe cuándo detenerse. Más que el misterio del crecimiento, lo es la finalización natural del crecimiento”.
Azarosos. 6 de agosto de 1945, la bomba atómica sobre Hiroshima, “ojo de gota enérgica y oscura/por donde un ángel de dolor asoma”. Del uranio que allí llevaba solo funcionaron 0.7 kg, pero los efectos fueron: 140.000 muertes, destrucción de todo en 3.5 km2; daños extendidos por 13 km2; el hongo hacia lo alto de 15 kilómetros; temperatura en el núcleo 1.000.000 de grados centígrados y una expansión a la velocidad de 1.000 kilómetros por hora. “Las campanas, calladas, ya no cantan bajo las cenizas… y en sus torres vacías solo la luz tiembla”.
Azarosos. Esos 0.7 kg conllevaron efectos existenciales. Pensadores, teólogos y escritores, comenzaron a reconsiderar el sentido de la vida humana, aquello que es el hombre, su naturaleza y su función en este mundo, ante semejante poder capaz de extinguir todo lo viviente. La ciencia, de ser amiga pasó a posible enemiga; el progreso, tan ensalzado, demostró que podría traer la gran muerte. La humanidad, toda, vulnerable: con solo apretar un botón, aquí, con su respuesta, desde la otra potencia, allá, equivalentes a la Destrucción Mutua Asegurada. Se relativizó el futuro, suspendido ante “el reloj del juicio final”. La inteligencia humana contra la supervivencia de todos; y todo como un absurdo.
Portentosos. En su miniatura, por ahí leí que un grano de arena, en teoría tiene una posibilidad de almacenamiento casi infinita. Lo corroboré: capacidad, 10 a la 23 bits de información, allí cabrían, es cierto, todas las bibliotecas del mundo; y sobraría espacio. ¿Y en una cucharada de arena? ¿Y en una playa de varios kilómetros? ¿De lo pequeño al infinito?
Si todo en este universo tiene como base la energía, y si según Einstein la materia es energía contenida, ¿cuánta será la del universo? En 1972, con mucha resonancia y autoridad, El Club de Roma pronosticó, matemáticamente, que a mediados del siglo XXI, etapa postcapitalista, el mundo sufriría un colapso energético. No parece, a hoy. Materia y energía para millones de años.
Kant poetizó y dijo: dos cosas me estremecen, la bóveda celeste sobre mí y la ley moral dentro de mí. También deberíamos conmovernos ante este poder de lo minúsculo a nuestro lado: unas bacterias, unas semillas, unos gramos de uranio y un grano de arena.
Y si se trata de las extrañas cualidades de átomos y partículas, y de la computación cuántica, ello daría para otro título: De un átomo al infinito.