La naturaleza tiene sus metáforas. 
El río de Heráclito, que es el cambio: nadie se baña dos veces en el mismo río, aunque ese río siempre será el mismo río. 
Otros, el río, como camino que anda, indica que se puede permanecer y avanzar al mismo tiempo. 
La otra gran metáfora –bella metáfora- es la de la mariposa: la muerte no existirá como tal, y solo será una bella transformación.
La oruga al inicio es un gusano -feo gusano-, cuya función es comer y comer (como algunos humanos), hasta que se transforma en crisálida; y esta luego fenece para que surja la bella mariposa. 
Dos muertes y dos resurrecciones hacia algo mejor. Ernst Aeppli en “La sicología de lo consciente y de lo inconsciente”, deja constancia de cómo la mariposa es el símbolo de la transformación psíquica del ser humano, y además de la esperanza en que “un día este ascenderá de la condición terrestre a las eternas alturas”.
Henri Nowen en “Nuestro mayor don: meditación sobre morir bien y cuidar  bien”,  recuerda el relato popular de dos gemelos en el vientre materno, a los cuales les llegan los nueve meses para partir de allí. Uno asegura que allende estará la nada, mientras el otro sostiene que existirá algo. 
Comprobado: ¿así nuestra salida hacia un más allá después de la muerte?
Los científicos observadores de las mariposas han encontrado que ellas tienen varias semejanzas especiales con los humanos. Un cierto sentido de lo bello, pues no solo son instinto, como otros animales, sino que escogen su pareja de acuerdo con su atractivo físico.
Igual también utilizan señales visuales para captar la simetría de las alas y su movimiento para elegir  compañero. ¿Algo así como enamorarse? (¿Los hombres,  por ejemplo, en el suave caminar de una mujer?). Su corazón (¿ama?), aunque distinto al nuestro, puede latir hasta 150 veces por minuto según las circunstancias.
Cuestiones estas las anteriores aparte, me agradezco por el encanto casi espiritual que nos deparan las mariposas, esas profesoras de tan leve baile en el aire. Claveles y claveles: mariposa, estremecido clavel de angelical sutileza, delgada florecilla, danzadora transparente de vibrantes sonrisas.
Del viento y del color sabia hilandera, princesa fugaz de fulgores vestida, felicidad en indiferente vaivén, primavera siempre y caricia hacia los cielos. Sus alas cancioneras -coqueteo en parpadeo-, festivas y tenues, alas celestes, llamado y encantamiento máximo de enamorada mujer.
Conocida la sensible expresión de Emmanuel Kant: “dos cosas sobrecogen mi ánimo: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”. 
Más sencillo, yo pienso que se descubre el poderoso mar, o se descubre el lento crepúsculo de naturaleza en cansancio, o se adentra uno conmovido en el profundo misterio de la oscura noche, pero, al contrario, la minúscula e intrascendente y cercana mariposa traerá felicidad.
Se busca el amor, tanto como la eternidad, y en vano, pero mientras tanto la graciosa mariposa nos alivia de tales torturantes quimeras. Y ante el horizonte de nuestro final, aquí definitivo, ella nos vuelve a convocar como metáfora de nuestra resurrección hacia lo bello y trascendente.