El 21 de julio del año 365 a.C., al amparo de una oscura noche, un oscuro personaje, Eróstrato llamado, antorcha en mano le prendió fuego al grandioso y venerado templo de Artemisa en Éfeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, cuya construcción demoró 120 años. Bien escogido, porque, según Antípatro de Sidón, “cuando vi la casa de Artemisa… cualquier otro mármol perdiera su brillo... el sol jamás parecerá tan grande”.
Detenido, con su altanería confesó: lo hice para pasar a la posteridad. Desde entonces, a aquel que buscando renombre realiza actos semejantes, desmedidos, desaforados, retadores, con el fin de adquirir notoriedad o satisfacer su vanidad, se le dice que adolece del complejo de Eróstrato.
Paralelamente, el 21 de octubre del 2025, en Bogotá, el presidente Petro le concedió una entrevista a Daniel Coronell, su muy amigo, quien, con cierto estupor benevolente, reconoció, sin decirlo, los síntomas presidenciales del complejo que me ocupa aquí. Coronell acotó: “El presidente solo recuperó el sosiego cuando habló de sus deseos de ser inolvidable… alterado… lo vi extraviado en su vanidad… imaginándose un líder mundial… todos los países pendientes de él… a Trump hay que sacarlo”.
Se trata de un trastorno de la personalidad. La palabra exacta es vanagloria, la que definió poéticamente San Agustín como “una sombra del mérito”. Muy peligrosa en los poderosos porque, según Santo Tomás, se disfraza de virtud. (Es el tema del cambio climático que le sirve a Petro para acabar con nuestro petróleo y nuestro carbón). El protagonista sabe que no reúne las condiciones para llegar al elevado sitio que aspira, y por eso recurre a la truculencia. Sus iniciativas carecen de profundidad y conllevan mucha improvisación. Y una vana inutilidad, con también algún fuerte estropicio.
Incapaz de construir se dedica a demoler; no advierte que así se autodestruye. Son problemas de baja autoestima; por ello, en el cuento de Sartre titulado “Eróstrato”, el personaje asegura que a los hombres hay que mirarlos desde arriba, como hormigas. Esto lo traduzco como la ley de la compensación interior.
Lengua desmedida e incendiaria, se la pasea por Colombia predicando odio. En el extranjero se le exacerba su afán de notoriedad. Traigo solo algunas de sus múltiples actuaciones estrambóticas. En Berlín se declara el único nostálgico por la caída del muro de la infamia. O sabiendo que allá odian a Stalin, se regocija en elogiarlo, este, uno de los hombres del mayor crimen en la historia de la inhumanidad.
Si yo pudiese ingresar en la mentalidad de Eróstrato, pensaría que este, tan pagado de sí mismo, si se le permitiese una presidencia, repetiría la antorcha, inclusive después de su muerte. Vuelvo a Sartre: “También yo, un día, al terminar mi sombría vida, estallaría e iluminaría al mundo con una llama violenta y breve como el estallido del magnesio”. Tal es el impulso incendiario de su personaje. Quien no siempre usa la llama. Aquí lo que escribió Aldous Huxley: “Yo siempre estoy de parte de los rufianes -dijo Tilney-, por principio”.