Cuando pienso en esos inermes valientes, los que con estratégico humor y provocando risas y sonrisas enfrentaron a ciertos rampantes dictadores, con respeto y por dos veces se me ocurre ajustar dos máximas de Jesucristo. La primera: “El humor (la verdad) os hará libres”; la segunda: “El humor (la fe) mueve montañas”. Y por tercera vez lo hago con Francisco I, aquel rey de Francia derrotado en la batalla de Pavía en 1525, prisionero de los españoles, y quien, desarmado y rodeado, rumbo al cautiverio suspiró: “todo se ha perdido menos el honor”. 
Menos el humor, repitieron aquellos cinco serbios, más bien jóvenes, que en un café de Belgrado, antigua Yugoeslavia, ante la dictadura de Slobodan Milosevic, conocido nada menos que como “el carnicero de los Balcanes”, se preguntaron cómo podrían derrocarlo. Mediante el humor, se respondieron. Sabían que ya se había usado contra otros autócratas, pero ellos elevaron el tema a gran estrategia, con otras tácticas, buen manejo del tiempo, de los medios nacionales e internacionales. Con la presión internacional, con la mala situación económica, porque, como lo sentencia la Biblia “hombre que oprime es cual lluvia que arrasa y no aporta pan”, y con la estrategia del humor ayudando, se fraguó la caída de Milosevic; y con un gesto de humor: la “revolución del tractor”: un bulldozer tratando de penetrar en la sede de la televisión oficial.
En cuanto al humor, procedieron así. Cuando la policía multó a una pareja por besarse en público organizaron un “besatón” de cien parejas en la plaza principal; no había allí policía para tanto sancionar. Otro día dispusieron muchos globos con la cara del dictador, mueco, terrible; y los agentes del orden los miraban y se miraban y no sabían si dispararle o no a la intocable “efigie”. En otra ocasión pusieron a rodar por las calles centrales muchas pelotas de ping-pong con consignas contra el dictador; la gente las recogía y las leía; mientras, los agentes, que no daban abasto para recogerlas, presentaban un espectáculo ridículo corriendo detrás de las elusivas pelotitas. También pusieron un barril lleno de basura con la cara de Milosevic; los transeúntes pasaban y se detenían, hasta que alguno se atrevió a insultarlo, y así muchos más.
Alguien dijo que una buena muestra de humor negro sería la de aquel orador, que en el entierro respectivo, en vez de elogiar al occiso ante sus familiares y amigos -los enemigos no van a esos funerales-, al contrario, puntualizara sus pecados y sus errores. Un buen adiós inesperado. Los opositores de Milosevic, en el año nuevo organizaron en Belgrado un gran concierto. Se esperaban abrazos y un feliz año multitudinario. Y a las 12:00 de la madrugada, en vez de los conjuntos, aparecieron, primero en las pantallas una música fúnebre y  luego  las imágenes de los más significativos actos de represión de Milosevic. Risas y sonrisas.
Los autócratas se parecen. Putin prohibió, que en la lejana provincia personas manifestaran con carteles de protesta. Entonces, en carretas colocaron a Caperucita, a la Bella Durmiente con su príncipe, a Blanca Nieves con sus siete enanitos y a otras “celebridades” portando en pequeño esos carteles. Nueva torpe prohibición para estos suaves personajes. El asunto fue registrado por la prensa mundial. Ridículo. Es claro: Los autócratas no oyen admoniciones ni consejos, porque, como lo escribió Juvenal hace 2000 años, “violenta es la oreja del tirano, a quien ni un amigo puede hablarle ni de lluvia ni de estío”.
Depuesto Milosevic, año 2000, con Srdja Popovic fundaron una escuela para  enseñar a tumbar dictadores. Y sus estudiantes, cuando se les avisa que el humor es central, lo primero que responden es: “Eso es imposible en mi país”. Pero continúan. Y algunos hasta han logrado ese cometido. Es escuela de un singular propósito.
Porque el humor crea la hermandad de la risa; se dirige al corazón, no a la lógica; se recuerda mejor y con alegría, y se goza transmitiéndolo; asombra cual inesperada bendición en medio de la prosa de la vida; una sonrisa contra el dictador es un voto  íntimo y suave de desaprobación. Contra el humor no hay argumentación posible. Y en lo político supera el miedo porque desnuda al poderoso.  El dictador puede arreciar, pero, como lo consignan “Las Enseñanzas del Yang Dschu”, del siglo V a. C, de la China, el hombre ni tiene garras ni corre como los felinos, pero dispone de otras defensas sutiles. El humor, aquí, por ejemplo, sirve. Lo asegura “Dschu”: El tirano “aprecia la fuerza bruta y le parece despreciable el mundo del espíritu”; y por eso el humor hasta puede derrocarlo.