Que en política nada hay tan peligroso como una idea llamativa que no funcione. Atrae como imán electores y sirve para ganar elecciones, pero después, con su promotor en el poder, se convierte en doblemente dañina. Ese es el karma del populismo.
Ideologías marxistas que en el siglo XX sedujeron a millones de ciudadanos, porque, como lo indica un refrán mexicano, “ojos hay que de legañas se enamoran”. Para juzgarlas, a esas ideologías en sus resultados, bastaría con confirmar que legaña o lagaña es un moco secretado por los ojos. Claro que hay quienes bien saben deshacerse de sus lagañas.
En Francia, Mitterrand, socialista, pactó con los comunistas un programa de nacionalizaciones. Ganó en 1981, los incluyó en el gobierno y comenzó a nacionalizar el crédito y los grupos empresariales. Después, como dijo un periodista, “lo que era socialista no funcionó, y lo que funcionó no era socialista.” Resultados: tres devaluaciones del franco, desempleo, caída de los ingresos fiscales. En 1983, Mitterrand rectificó, se fueron los comunistas, vinieron las privatizaciones, el país abierto a la empresa privada y la reactivación económica; y Mitterrand reelegido.
Clemenceau, estadista también francés, puro en su izquierda, gran triunfador de la Primera Guerra Mundial, se confesó: “He tenido mis horas de ideología… he tenido que rectificar… y por ello he ganado en la experiencia de la duda”. Tony Blair, en Inglaterra, le dijo adiós al socialismo. El SPD alemán en 1959 y el sueco en 1932. Fieles fueron ellos al consejo para gobernantes del “Libro de Shang”: “No te avergüences de tus errores, y no persistas en ellos hasta convertirlos en crímenes”.
Jean-Francois Revel escribió que Mitterrand estaba tan absorbido en las maniobras políticas, que lo único que le importaba era mantenerse en el poder. Mitterrand había defendido las nacionalizaciones contra los “lloriqueos” de la oposición y entre los aplausos de la izquierda. Aseguraba que ese camino significaba la prosperidad para Francia en lo que restaba del siglo XX y también para el siguiente siglo. Pero después de las cifras y la hecatombe en las elecciones municipales, su ministro Mauroy, adalid de las nacionalizaciones, le previno: “Si seguimos así, el socialismo será solo un breve paréntesis”. Alguien le recordó un proverbio turco: “a veces, para salvar la cabeza hay que sacrificar la barba”. Reflexionó. Nació un nuevo Mitterrand. Rectificó en toda la línea.
Cuestiones de personalidad. Mitterrand era alérgico a los excesos oratorios o ideológicos. Pensaba mucho antes de hablar, incluso si hubiera tenido Twitter o X. Si de Mitterrand dijeron que su rectificación era su renacimiento, en Colombia Paul Valery encuadraría a alguien dentro de Monsieur Teste: “Me he detectado, me he adorado; después hemos envejecido juntos”.
Después del triunfo, aquí, de la izquierda en las elecciones del 2022, esta perdió la gran oportunidad de perfilarse como una opción de futuro. Hoy la izquierda francesa reconoce que Mitterrand, animal político por excelencia, reconcilió, con su rectificación, a su partido y a Francia, país de izquierda, con la economía de mercado, y le quitó banderas a la derecha. Y por eso el socialismo francés sobrevivió y ganó después varias elecciones. ¿Lecciones para acá?