En el Gobierno del cambio, quien debe cambiar eres tú, porque de lo contrario, con las hecatombes que generas continuarás despachando en el Palacio de Nariño con la calavera (aclaro bien: solo política y electoral) de la izquierda colombiana en tu escritorio. Y con esto de la salud, quién sabe con cuántas calaveras más, esas  sí reales, de tus compatriotas a cuestas. Liquidador de tantas ilusiones eres ya. Y al final serás no solo el presidente del cuatrienio perdido, sino el de los cuatro años hacia atrás.

Tu problema es de identidad. La tuya. Identidad es lo que nos dice a nosotros mismos lo que somos; y una vez definido esto, organizamos de acuerdo con ella nuestra posición en el mundo y la forma en que ejercemos nuestro oficio de vivir en nuestra vida. (No es redundancia). Tus problemas (y los nuestros) derivan del hecho de que fuiste elegido por unas instituciones democráticas, pero no te identificas con ellas, pues no eres un demócrata convencido. Juraste defender la democracia, igual que a la Constitución, pero te sientes allí como un guerrillero -persistente- gerenciando una multinacional. Por eso luchas por dinamitar las paredes institucionales, las mismas que te limitan en ese objetivo. Tu esencial dilema es de una identidad cruzada.

Deberías  también revisar tus problemas de identidad en los siguientes aspectos. Lo primero sería pedirte que dejaras de actuar a “modo de fiscal.” Identificas la Presidencia y la tribuna presidencial con el oficio de acusar, señalar, culpar a quienes fueron y a todo lo que ha sido y lo que es. Sindicas, inclusive, a tus propios funcionarios, algunos corruptos por ti nombrados, como si estuvieran allí, robando, con un nada que ver contigo. Segundo, caes en la falla del “orador exclusivo”, que cree que sus palabras bastan. Cuida tu lengua. El gran Herder lo dijo: “el lenguaje es constitutivo”. Te indico a Eduardo Punset: “no basta con reconocer las competencias en las que nos sentimos bien. Hay que saber controlarlas”.  Estás en lo que se llama “el demonio del orador”. Cuida tu lengua, porque al final de tu mandato, si no has solucionado lo que tanto criticas, eso se volverá en contra tuya.

Tercero. No has sabido pasar de la oposición al Gobierno y sigues siendo  un opositor profesional. Por eso desde el Gobierno solo ejerces como tal. Por eso confiesas que te sientes mal en el Palacio de Nariño, que eso de administrar no va contigo. No obstante, caes en el  efecto Dunning-Kruger: “Cuando carecemos de las competencias necesarias somos mucho más propensos a rebosar confianza”. Y el problema, lo decía con humor el señor Dunning, es que siendo tú un miembro tan respetable del club Dunning, no sabes que ya lo eres;  pero ejerces. Cuarto. Tu gran ego apenas si cabría en el globo terráqueo; y a veces te lanzas hasta los confines del universo. ¡Muy pequeñita esta cárcel de Colombia para ti! Si te preguntasen quién eres, sincero responderías: “soy el gran fiscal del mundo entero”. Drogas, Israel, el calentamiento global, etcétera y tus movidas  internacionales así lo atestiguan.

En quinto lugar, te quedaste estancado en las teorías de la izquierda  que fracasaron. La maldición de las ideologías es que cierran la mente para aceptar todo lo inmenso que está más allá de ellas. Originan  lo que yo llamo “la identidad hipotecada”. Los partidos de izquierda abandonaron esa antigua doctrina tuya, se han ajustado a los nuevos tiempos y han echado por la borda esos lastres que todavía llevas en tu entrecejo. “¿Por qué seguir arrastrando ese cadáver en tu memoria?”, se preguntaba Emerson. En sexto lugar, deberías aprender de los presidentes exitosos, que mantuvieron gran curiosidad intelectual, y que abiertos revisaron sus conocimientos, los cuestionaron e inclusive los modificaron. Lincoln, el mejor presidente de los Estados Unidos, en la estrategia para afrontar la guerra de secesión. Y Kennedy, una esponja mental, gran lector y que, por ejemplo, recapacitó y aprendió mucho de su inicial fracaso en la invasión a Cuba en Bahía Cochinos.

Séptimo. El poder aísla y tú te aíslas mucho. Isaiah Berlín te conminaría: “No soy una isla, y pienso que las relaciones en un archipiélago son más humanas; y que, moral y políticamente, son preferibles a los compactos arrecifes de coral”. Más humanas… Con tus actuaciones, aceleraciones y rompimientos de las coaliciones, ratificas aquel proverbio africano: “si quieres ir rápido, ve solo; si quieres ir lejos, ve acompañado.” Bien acompañado, se entiende. Octavo. Tanto fatigas tú la “excusitis” por tus fracasos y los de la “tontomanía” que te colabora, que das la impresión que solo leíste los títulos -que no el contenido- de dos libros de John L. Austin, reputado filósofo del lenguaje. El primero, “Alegato en Favor de las Excusas”; y el segundo -para tanto discurso- “Cómo Hacer Cosas con Palabras”. Por último, no seas tan cascarrabias. Un líder así se destruye a él mismo. Sigue el consejo de los sicólogos positivos y disfruta el placer de equivocarte, eso te refrescará y te enseñará. Y ya que lo haces tan a menudo, esa podría ser tu mejor terapia. Y también la nuestra: volveríamos así a tener un Gobierno normal.