“El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta encíclica.” ¿Reconoce el autor de este texto? Algunos piensan que el fallecido papa emérito Benedicto XVI era un hombre duro y frío; me pregunto qué tan cierto es esto. Tal vez, por su origen alemán, por ser hijo de un policía, por estar prisionero al final de la II Guerra Mundial, por una personalidad conservadora, por el encargo que le hizo el papa Juan Pablo II como custodio de la fe, por su afán de defender la verdad de Cristo, y por qué no, por la distorsión mediática alrededor de su papado, se creó esta barrera que nos impidió ver qué había en el corazón de este hombre. 
El texto inicial está tomado de la primera carta encíclica de Benedicto XVI (2005) DEUS CARITAS EST o DIOS ES AMOR. Una lectura que, en mi maestría de Humanidades y Teología me ayudó a ratificar que, si bien la justicia es muy importante, lo que realmente nos hace falta como humanidad, como sociedad y como personas, es más AMOR en nuestro corazón. Esta fue una de las críticas más importantes que Jesús hizo a los fariseos y maestros de la ley de su época; por eso el mensaje: “Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Dice Pablo en su carta a los Corintios: “Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve.” I Corintios, 13). 
Me pregunto cuánto sabemos de Joseph Aloisius Ratzinger, el 265 papa que estuvo en el Vaticano desde el 19 de abril de 2005 hasta su renuncia el 28 de febrero de 2013, escritor y gran lector, amante de la poesía y el piano, que decía de sí mismo: “Soy de origen humilde y siento debilidad por las personas sencillas con quienes mejor me entiendo, mis raíces están en las tierras bávaras”. ¿Será que el verdadero ser humano, vulnerable, consciente de sus limitaciones y claro en su camino detrás de los pasos de un Jesús amoroso y misericordioso, estuvo oculto durante mucho tiempo detrás de sus vestiduras de obispo? Creo que el legado más importante que deja Benedicto XVI a la Iglesia y a la humanidad es el acto de humildad que lo lleva a renunciar a su título como cabeza de los católicos y líder del Estado del Vaticano. Una lección para tantos líderes políticos del mundo cuyas decisiones y actuaciones están acabando con la dignidad de los pueblos y la posibilidad de construir vidas felices. 
Nos ponemos corazas para ocultar algo que no nos gusta, que nos hizo daño, que nos genera temor; para ocultar nuestra vulnerabilidad que juzgamos como debilidad. Puede haber muchas razones para hacerlo, el problema es que, cuando tapamos lo que no nos gusta de nosotros, también ocultamos nuestras mayores riquezas. A veces creemos que valen más los títulos, los cargos, el conocimiento, el dinero y la fama; pero ¿de qué sirven si no nos ayudan a ser más felices? ¿Cómo sería si cada uno de nosotros, creyentes o no, buscáramos quitarnos la coraza que nos aleja de los demás, para conectarnos y mostrar nuestro verdadero yo, ese ser vulnerable, necesitado de cuidado que, sin importar que tan alto haya llegado en su vida pública, reconoce que solo es un pobre mortal? En estos primeros días del año, podríamos preguntarnos ¿Cómo quiero que me recuerden al final de este 2023? ¿Cuál es la huella que, con mis decisiones y acciones, quiero dejar? ¿Qué es eso que los demás no conocen de mí, que me hace más accesible y cercano, más parecido a los que a veces creo que son tan diferentes a mí? Atrévete, corre el riesgo y mira qué sucede.