Amabilidad es una palabra que hoy rescata la neurociencia y deberíamos empezar a practicar urgentemente con nosotros y con los otros. El vocablo “amable”, del latín amabilis, significa “digno de ser amado”. Kristin Neef, profesora de desarrollo humano en la Universidad de Texas, pionera en establecer la autocompasión como campo de  estudio, dice que amabilidad es aceptarnos a nosotros mismos, tratarnos con ternura maternal, independiente de que seamos feos o bonitos, inteligentes o no tanto, como una madre que acoge y recibe. Cultivarla nos hace mucho más resilientes y más efectivos cognitivamente, pues nos quita la presión que lleva a exigirnos por encima de nuestras capacidades. No es autoestima, esto es valorar nuestras capacidades y ser mejores, solo aceptarnos como somos, con lo que nos gusta y lo que no nos gusta, sin expectativas. 
Si bien el término técnico es compasión, literalmente ‘sufrir juntos’, para evitar esta connotación de sufrimiento, en castellano se utiliza la expresión amabilidad. Podríamos decir que la compasión viene de la empatía y estas dos nos permiten reconocernos a nosotros y al otro como alguien digno de ser amado que merece nuestra aceptación, acogida y ternura. Un relato que ilustra claramente la amabilidad es la parábola de ‘El buen samaritano’, que Jesús propone cuando un doctor de la ley lo interroga sobre el camino para alcanzar la vida eterna. El camino es el Amor, a Dios y al prójimo ¿Quién es el prójimo?:
 “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver’. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”. “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”. (Lc 10, 30-37) 
Vale la pena resaltar que los samaritanos y los judíos no eran amigos. De hecho, los judíos rechazaban a los samaritanos por considerarlos impuros y paganos. 
¿Ser amable con quién? Primero con nosotros y después con el otro. La autocrítica constante, el exceso de exigencia con nosotros, el tratarnos con dureza y criticarnos: “¡Qué torpe soy!”, “¡Nada me sale bien!”, genera ansiedad y activa ciertos estados en el sistema endocrino, afecta el sistema inmune y la salud. Cuando somos más amables y nos tratamos mejor, el cerebro lo percibe y se activan otras redes neuronales que favorecen el bienestar, mejoran la relación con nosotros y con el otro y también permiten que nuestra memoria funcione mejor. 
Es interesante porque una capacidad de la memoria es el recuerdo, que nos permite almacenar información, retenerla y traerla al presente. El recuerdo es ‘pasar nuevamente por el corazón’; esto tenía mucho sentido en la antigüedad, porque la mente se ubicaba en el corazón. Hoy, la neurociencia nos dice que nuestra capacidad de recordar está directamente asociada con la respiración, la posición del cuerpo y la autoamabilidad. Neruda decía que ‘la vida no es lo que vivimos, sino lo que recordamos para contar’; esto no solo es una frase poética, es una realidad que se está demostrando científicamente. Si puedo recordar mi vida de manera más placentera voy a tener más sensación de bienestar, me sentiré mejor, estaré más sano y construiré relaciones más saludables. 
Amabilidad y autoamabilidad se siembran y se cultivan; no hay un factor genético asociado, es algo que podemos desarrollar, empezando por los niños y en todas las etapas de la vida. Mi invitación hoy es a que cada uno revise qué cosas dice, en qué tono y cómo lo hace, cuando se habla a sí mismo y cuando se dirige a los demás. Este es un tema de reflexión muy importante y necesario para cada persona, en cada hogar, en nuestras instituciones académicas, en el ambiente laboral y en la sociedad.