“Apreté dos veces el timbre y en seguida supe que me iba a quedar. Heredé de mi padre, que en paz descanse, estas corazonadas. (...)”.
Así empieza el cuento ‘Corazonada’ de Mario Benedetti (1995), que habla de las relaciones desiguales entre clases sociales, donde la protagonista, Celia, una empleada doméstica, tiene momentos en que se
siente movida a a hacer o decir algo.
La Real Academia Española define ‘corazonada’ como “un impulso espontáneo con que alguien se mueve a ejecutar algo arriesgado y difícil; presentimiento, intuición, arrebato”.
En algunas culturas antiguas el corazón era considerado el centro de la sabiduría interior, símbolo de conexión espiritual.
Un ejemplo de esto es el ‘Juicio de Osiris’, un rito del antiguo Egipto, en el cual el corazón del difunto se pesaba en una balanza y se comparaba con una pluma sagrada de avestruz considerada símbolo de verdad y justicia; el corazón debía pesar menos que la pluma para que el alma pudiera ir al paraíso.
A lo largo de la historia y en la actualidad encontramos tradiciones y culturas que tienen el corazón como el centro; la medicina china lo considera ‘el emperador’ que gobierna la sangre y es el espíritu de la persona; en la cultura india, es un centro espiritual y emocional que representa la conciencia, el intelecto y la conexión con lo divino. Para los Mayas y los Aztecas, el corazón era el sitio de la energía vital, vínculo entre humanos y dioses.
También los griegos asociaban el corazón con el centro de la vida y las emociones.
Aristóteles (384-322 a.c.) veía el corazón como el órgano más importante del cuerpo, responsable de emociones, pensamiento y percepción; pensaba que este es el motor de la vida que regula las sensaciones y los deseos.
Sin embargo, en el contexto de la revolución científica, siglo XVII, surge la explicación mecanicista del mundo, de la mano del filósofo René Descartes, una mirada que trascendió al cuerpo humano convirtiéndolo en una máquina donde el pensamiento es la razón de la existencia: “pienso, luego existo”.
La ciencia moderna occidental ha empezado a reconocer que el corazón no solo bombea sangre, sino que hace parte de un sistema complejo que juega un papel integral en la percepción y el bienestar de las personas.
El corazón tiene cerca de 40.000 neuronas que forman lo que se llama el "cerebro del corazón". Un sistema nervioso cardíaco que procesa información, aprende, recuerda y puede tomar decisiones independiente del cerebro.
Los estudios del Instituto HeartMath <https://www.heartmath.org/> cuya misión es ayudar a despertar el corazón de la humanidad, demuestran que el corazón envía más señales al cerebro de las que recibe, influenciando nuestras emociones, nuestra claridad mental y nuestras reacciones al estrés.
La neurocientífica española Nazareth Castellanos reconoce que llevaba 26 años enamorada del cerebro, estudiándolo en el laboratorio, hasta que descubrió la importancia del corazón y, especialmente, cuando se empezó a probar en el laboratorio que, cuando dos personas están cerca, los corazones se acompasan, empiezan a latir al mismo ritmo.
Es decir que, hablar de humanidad es hablar de corazones unidos, no como una metáfora bonita, sino como una realidad demostrable.
¿Qué pasaría si nos atreviéramos a despertar la inteligencia de nuestro corazón? No se trata de darle
mayor importancia a uno o a otro, si solo ponemos el énfasis en el cerebro nos volvemos fríos y calculadores, si solo ponemos el énfasis en el corazón nos convertimos en el punto de referencia del mundo.
¿Cómo generar una mayor coherencia entre cerebro y corazón? ¿Entre poder y amor? Creo que esta es una de las cuestiones importantes que necesitamos balancear como humanidad.
La coherencia cardíaca es un estado en el que el ritmo del corazón se sincroniza con los patrones de las ondas cerebrales, mejorando la claridad mental y el bienestar emocional ¿Cómo se logra esto?
La neurociencia recomienda aprender a respirar, dedicar un momento al día para entrar en un espacio de silencio: meditación, oración, contemplación, para que ‘la loca de la casa’, como decía Santa
Teresa, deje de hacer ruido y podamos conectarnos con ese lugar interior donde hay paz y sabiduría.