“Había una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores y donde se reflejaban todas las tonalidades del verde. Hasta ese estanque mágico fueron a bañarse, haciéndose mutua compañía, la tristeza y la rabia. Las dos se quitaron su ropa y entraron al estanque. La rabia, apurada, como siempre está, afanada, sin saber por qué, se bañó
con rapidez y también con rapidez, salió del agua. Como la rabia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, desnuda y apurada, al salir, se puso la primera ropa que encontró y se fue. Con mucha calma, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin prisa, mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo, con pereza y lentamente, salió del estanque y fue a buscar su ropa, pero no pudo encontrarla. Como a la tristeza no le gusta que la vean desnuda, se puso la única ropa que había, la de la rabia. Desde entonces, muchas veces, uno se encuentra con la rabia, ciega, cruel, terrible y enfadada, que es solo un disfraz; detrás de ella, en realidad, está escondida la tristeza.” (Jorge Bucay).
Diciembre es el último mes del año, para algunos una época feliz de encuentros con los seres queridos, tiempo de fiestas, regalos y celebraciones; sin embargo, no es así para todos. Para otros, me incluyo en esta categoría, este mes tiene una carga de tristeza que necesitamos aprender a reconocer y abrazar para no terminar con el disfraz de la rabia, o de una falsa alegría que se deriva del consumo exagerado de alcohol, comida poco saludable y compras a veces superfluas. La tristeza es la emoción que viene a decirnos que perdimos o estamos perdiendo algo o alguien valioso; si no fuera por ella todo nos daría lo mismo; lo que no es saludable. Esta es la emoción de las prioridades, que nos permite reconocer lo que es importante para dedicarle tiempo y demostrarle nuestro interés. Si alguna vez ha tenido algo o alguien valioso que ya no está, seguramente habrá un poco de tristeza: abrácela; ella le está diciendo que valió la pena. Como dice El Principito “El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”.
No hay que estar como están los demás, no hay que mimetizar nuestras emociones con las de otros, no hay que pelear con la tristeza, porque es allí cuando dejamos de tratarnos bien a nosotros mismos. Esconder, negar o intentar controlar la tristeza, es el camino para endurecer nuestro corazón y así, como dejamos de sentir tristeza, perdemos la posibilidad de sentir la verdadera alegría, que viene de estar conectados y en paz con nosotros mismos. Las emociones hay que reconocerlas, sentirlas y permitir que fluyan; cuando lo hacemos ellas solas siguen su camino. Qué tal si, en cambio de disfrazar nuestra tristeza, la miramos a los ojos y nos permitimos ver todo lo valioso que hemos tenido en la vida, y especialmente, lo que todavía tenemos, no importa que sea pequeño, está ahí y no sabemos cuánto vaya a durar. Tal vez este sea un tiempo de cierres, de caminos que terminan, de personas que se van, de cuadernos que se acaban y eso está bien. Este puede ser un buen mes para preparar el nuevo comienzo, tener el coraje de mirar en nuestro interior para reconocer el valor de lo que tenemos, aquí y ahora, es el último mes, pero también es único.
Es el Adviento para los Católicos, desde el 3 de diciembre hasta el 24 de diciembre. La Iglesia se viste de color morado, que simboliza austeridad e invita a la penitencia; yo digo que, a la pausa, a tomar conciencia de lo que de verdad es importante, a perdonarnos y perdonar. Es la forma de prepararse para la Navidad o Natividad, el nacimiento del Señor; si lo prefiere, del AMOR con mayúscula; un amor que se entrega generosamente, sin restricciones ni condiciones, para todos los que quieran acogerlo. Qué interesante si ‘todos lo hiciéramos’, como dice el lema del Día Internacional del Voluntariado -5 de diciembre-; si cada uno de nosotros pensara que cada día de diciembre es una oportunidad para conectarse con su corazón, reconocer lo que es importante, disfrutar lo que tenemos -poco o mucho-, agradecer y, sobre todo, ser amorosos, amables, compasivos, con nosotros y con los que nos rodean. Una sola golondrina no hace verano, pero todas juntas…