Dos ranas cayeron en un recipiente con crema. Inmediatamente sintieron que se hundían; era imposible nadar o flotar mucho tiempo en esa masa espesa. Al principio, las dos patalearon en la crema para llegar al borde de la vasija, pero el esfuerzo era inútil, solo lograban chapalear en el mismo lugar y hundirse. Cada vez era más difícil salir a respirar. Una de ellas sintió que ya no podía más, que su esfuerzo era doloroso y estéril; dejó de patalear y se hundió. La otra rana, más persistente o más ‘terca’, dijo: Nada puedo hacer; pero, ya que voy a morir, prefiero luchar hasta el último momento. Siguió chapaleando durante horas en el mismo lugar, sin poder avanzar. De tanto patalear, la crema se transformó en mantequilla; la rana sorprendida dio un salto, patinando llegó al borde del recipiente y salió. (Bucay, 2019).
Un cuento que me conecta con la pasividad y la indiferencia que a veces resultan muy dañinas; como dijo Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que sí me preocupa es el silencio de los buenos”. Cuántas veces, usted y yo, hemos visto injusticia, maltrato y violencia, hambre y exclusión, enfermedad y dolor, y no hemos hecho nada; decimos: ‘pobrecitos, qué pesar’, y seguimos con nuestra vida como si nada. Tal vez, como la primera rana, creamos que nuestras acciones no pueden hacer la diferencia. También puede ser que todavía creamos que los violentos son los demás, que la guerra es afuera, en Ucrania, en Siria, en Yemen, en Azerbaiyán, en Myanmar; que los que tienen problemas, sufren y son vulnerables, son otros; y que, las soluciones no nos corresponden.
Recientemente he vivido situaciones que me han llevado a pensar en la canción de Mercedes Sosa, Sólo le pido a Dios … ‘que el dolor, lo injusto, la guerra, el engaño, el futuro, no me sean indiferentes, que la reseca muerte no me encuentre vacía y sola sin haber hecho lo suficiente’. No sé si pretender una paz total, como plantea la reciente Ley 418, sea realista. En lo que a mí respecta, mientras haya vida habrá inquietud y conflicto, tal vez la paz total sea una ilusión no tan afortunada que nos llevaría a estar dormidos; y, si algo necesitamos como humanidad es despertar, sacudirnos, darnos cuenta que hay algo que necesitamos hacer, que no es momento de esperar a que otros hagan, que no se vale seguir la vida como si nada pasara, cuando todo se sacude a nuestro alrededor. Vivir en paz, lograr una convivencia sana, en armonía con nosotros y con los demás, empieza por revisar qué quiere decir paz para cada uno de nosotros, qué es eso que nos hace reaccionar y ponernos en la posición del guerrero, cuáles son esas heridas que están escondidas y no nos atrevemos a mirar, qué cosas tenemos pendientes con nuestro pasado que hoy nos llevan a reaccionar de manera violenta, ya sea para protegernos o para defendernos. Si no tenemos el valor para reconocer lo que nos duele y nos lleva a hacer daño, no vamos a poder superarlo, porque el dolor no está en la mente ni en las ideas, está en un sitio más profundo que podríamos llamar corazón o emoción, en el fondo de nuestro ser, tal vez en el alma.
Es necesario pasar de mirarnos y reconocernos sólo en los que consideramos iguales, para ver y reconocernos en los que son distintos, como dice Emmanuel Levinás, en la otredad o alteridad. El otro que sufre no es un extraño, es un ser humano igual a mí, soy yo y me duele, o al menos me debería doler. Reconozcamos lo que nos duele, las heridas que no hemos sanado, las cosas pendientes con el pasado; miremos el sufrimiento de quienes nos rodean y vamos abriendo el círculo, tomando conciencia de lo que tenemos en común, no importa qué tan distintos parezcan, no miremos con pesar, eso les quita su dignidad, miremos con respeto y amor, porque ellos, al igual que usted y yo, necesitan sentirse cuidados y acompañados. No somos nosotros y los otros; la paz es un camino que todos debemos caminar, desde la humildad, la compasión y la generosidad. Puede ser que, si cada uno reconoce que también le duele, logremos abrir nuestros corazones y soltar el miedo para tener el coraje de sembrar juntos semillas de paz.