“Preguntó un sabio a sus discípulos si sabrían decir cuando acababa la noche y empezaba el día. Uno de ellos dijo:
- Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo.
- No, dijo el sabio.
Otro discípulo dijo:
-Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir si es un mango o un castaño.
– Tampoco -, dijo el sabio.
Entonces los discípulos dijeron:
- ¡Está bien! Dinos ¿cuándo es?
El sabio respondió: – Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano; cuando miras a la cara a una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, aún es de noche.”
(Anthony de Mello).
Este domingo tuvimos la conmemoración de dos fechas que corresponden a iniciativas de Naciones Unidas:
1. Día internacional de la Amistad, con el cual se busca transmitir un sentimiento desinteresado de unión entre personas diferentes para promover la armonía dentro de los pueblos y entre ellos.
2. Día mundial contra la Trata de Personas, que busca poner el foco en los millones de personas afectadas por desplazamientos forzados y desigualdades socioeconómicas, con el lema: “Llegar a todas las víctimas de la trata sin dejar a nadie atrás”.
Naciones Unidas dice que es una batalla épica entre la luz y la oscuridad y ante la cual el mundo debe unirse. Tal vez muchos de nosotros coincidimos en el deseo de un mundo en paz, más incluyente y equitativo; sin embargo, mientras decimos esto, muchas veces, probablemente de manera inconsciente, perdemos de vista el ser humano que tenemos en frente, lo ignoramos, lo juzgamos, y llegamos hasta condenarlo. Puede que suene exagerado, pero quiero invitarlo a que revise las veces que alguien a su alrededor se ha equivocado y usted se ha enojado, lo ha dejado a un lado porque no hizo las cosas como usted esperaba. ¡Qué fácil es ver la paja en el ojo ajeno del hermano sin reconocer la viga que tenemos en el nuestro! como dice Jesús en el Evangelio.
La única manera, digo yo, en que podremos avanzar en la tan anhelada paz, en el cuidado del planeta, en una sociedad y un mundo menos violento, más equitativo, con oportunidades y calidad de vida para todos, es que cada uno de los 7.940 millones de habitantes del planeta, haga un alto, se dé cuenta y tome conciencia de la huella que está dejando y quiere dejar a las generaciones futuras. No digo huella como un tema de reconocimiento, sino como la impronta que cada uno deja, con lo que hace y lo que deja de hacer. Todos, sin excepción, somos responsables de lo que pasa hoy en el territorio, en la sociedad, en el planeta. Es verdad que somos insignificantes ante la inmensidad del Universo, pero también es cierto que hacemos parte de él y que nuestras acciones, grandes o pequeñas, tienen un impacto.
Este camino pasa por la coherencia, como dice el profesor Otto Scharmer, la alfabetización vertical; la conexión mente, corazón y mano: Lo que pensamos, lo que experimentamos en nuestro interior y lo que hacemos. Éste es uno de los mayores retos que tenemos como humanidad y es algo que de manera contundente empiezan a mostrar los estudios más recientes de la Neurociencia. Dice la doctora Nazareth Castellanos, licenciada en Física Teórica, doctora en Neurociencia, con más de 20 años dedicada a la investigación científica de la actividad cerebral, que en los últimos años de investigación sobre la relación entre cerebro y corazón, se ha descubierto que sólo percibimos lo que pasa en el exterior cuando nuestro cerebro y nuestro corazón se comunican; interpretamos la realidad a través de las emociones cuando el corazón le comunica al cerebro lo que tiene adentro, lo que siente.
Durante muchos años, probablemente desde el dualismo mente-cuerpo de Descartes (1596-1650), donde la mente es distinta de la materia y puede influir en ella, se ha dado demasiada importancia a todo lo que proviene de la mente: pensamientos, lenguaje, conocimiento, inteligencia racional. Despertar nuestra sabiduría interior para reconocer cuándo es de día, pasa por aceptar que es más importante lo que percibimos con nuestro corazón que todo el conocimiento acumulado en nuestra cabeza, por lo que es necesario empezar a generar espacios para cultivar nuestro interior, ese sitio donde nos conectamos con nosotros, nos damos permiso de observarnos, conocernos y ser autocompasivos, solo desde allí podremos ver al otro, ser compasivos y empezar a salir de la oscuridad.