Prevenir el suicidio, moverse a favor de la salud mental, atención de salud mental para todos; hacer una prioridad mundial la salud mental y el bienestar para todos. Estos son los lemas que han acompañado la conmemoración del día mundial de la Salud Mental en los últimos 4 años. Una celebración que comenzó en 1982, promovida por la Federación Mundial de la Salud Mental con el apoyo de la OMS, con el objetivo de tomar conciencia sobre los problemas de salud mental. Sin embargo, los esfuerzos no se traducen en mejoría; las cifras muestran un deterioro cada vez mayor, llegando a los 1.000 millones de personas con algún tipo de trastorno mental en el mundo. Un estudio realizado por UNICEF informa que 1 de cada 7 adolescentes, entre los 10 y los 19 años, tiene un problema de salud mental diagnosticado; la ansiedad y la depresión representan alrededor del 40% de estos trastornos. En 2021, 9 de cada 100 jóvenes experimentaron ideas de suicidio ‘continuamente o con mucha frecuencia’, cuando en 2019 eran 5 de cada 100.
¿Qué tan fácil es cuidar la salud mental en un mundo que parece estar enloqueciendo? La guerra que sigue escalando cada día, con consecuencias devastadoras para Ucrania y un impacto negativo para la salud alimentaria y la economía en el mundo entero; la protesta masiva de las mujeres en Irán ante un régimen moralista que asesina por llevar el ‘hiyab’ –velo islámico- de forma inadecuada; el exceso de calor y el impacto devastador que tendría la ruptura de la corriente reguladora atlántica que sirve de termostato para el clima (AMOC); el triunfo de la extrema derecha en Italia y Suecia; por no hablar de la complejidad socio-política que atraviesa América Latina, y específicamente nuestro país. No son sólo titulares de prensa, son realidades que viven millones de personas, que se traducen en estrés, ansiedad y sufrimiento concreto de seres humanos que tienen que seguir viviendo el día a día de la mejor manera posible. El estrés a corto plazo podría ser beneficioso, debido al aumento de energía y adrenalina que ayuda a reaccionar de manera más rápida a retos específicos; sin embargo, el estrés prolongado o crónico al que estamos expuestos hoy puede debilitar el sistema inmunológico y poner en riesgo grave, la salud física y mental de una persona.
Tal vez teníamos la ilusión que la pandemia nos había enseñado algo sobre el cuidado propio, de los demás, y del entorno; pero, podría ser que no aprendimos nada, no estamos interesados o no tenemos tiempo para identificar qué necesitamos hacer diferente para sobrevivir en esta nueva realidad. Creo que, por el afán de parecer fuertes, cada vez somos más vulnerables. Vulnerabilidad entendida, de acuerdo con la socióloga Brené Brown, como incertidumbre, riesgo y exposición emocional. Una condición tal vez difícil de reconocer y aceptar para quienes creen en lo que Brown denomina los 4 mitos de la vulnerabilidad: 1. Es debilidad; 2. No va conmigo; 3. Podemos hacerlo por nuestra cuenta; 4. La confianza es primero que la vulnerabilidad o mejor, tengo que mostrarme seguro y fuerte ante los demás.
Cuidar la salud mental pasa por entender que todos, sin excepción, tenemos esta condición de vulnerabilidad y necesitamos sentirnos protegidos. Cuando la escondemos o la negamos, estamos renunciando a nuestra capacidad de sentir, conectarnos con nosotros y con los demás, nos endurecemos y nos volvemos cínicos ante el dolor y el sufrimiento ajeno. Cada persona es un ser humano con una historia única; con preocupaciones, temores, heridas y dificultades, que en ocasiones se ocultan detrás de máscaras e investiduras que parecen decir ‘estoy bien’, ‘soy fuerte’, ‘tengo el control’; lo curioso es que, mientras más fuerte es la coraza de seguridad y control, más grande es la turbulencia que hay detrás y mayor es el riesgo de perder ‘la cordura’. Mi invitación, para poner un pequeño grano de arena en esta campaña de salud mental, es que nos demos permiso de reconocer lo que nos está generando estrés, inquietud, miedo, vergüenza, lo que nos agobia y no nos deja conciliar el sueño; aceptarlo y si es necesario pedir ayuda, para que no nos haga más daño a nosotros y a quienes nos rodean. Reconocer y abrazar nuestra vulnerabilidad es reconocernos humanos, y debería ser un ejercicio diario, en todas las edades de la vida. Lo malo no es tener heridas, es no hacernos cargo de ellas.