En mi columna anterior hablé de los Inner Development Goals (IDG -Objetivos de Desarrollo Interior-), una propuesta para avanzar en la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que ponen el foco en el desarrollo interior, en el ser humano. Un tema que, por alguna razón que todavía no logro comprender bien, cuesta mucho.

Puede ser que ponernos en el centro, con nuestras vulnerabilidades, se sienta como una amenaza; puede ser que por buscar resultados materiales: dinero, poder, imagen, nos olvidamos de la importancia del ser humano que somos cada uno de nosotros; puede ser que nos perdimos tratando de encontrar la felicidad en una carrera absurda por tener y lograr cosas que no llenan el vacío existencial.

En este contexto quiero referirme a la importancia de trabajar juntos por una mejor sociedad, un mejor país, un mejor mundo para vivir. Esto es lo que plantea el ODS número 11: CIUDADES Y COMUNIDADES SOSTENIBLES, que la UNESCO plantea como: ‘Garantizar el acceso a viviendas seguras y asequibles y el mejoramiento de los asentamientos marginales; realizar inversiones en transporte público, crear áreas públicas verdes y mejorar la planificación y gestión urbana de manera que sea participativa e inclusiva’. Una descripción que se queda corta si pensamos que cada ciudad y cada comunidad está compuesta por seres humanos diversos que, además de condiciones de vida dignas y bienestar material -que sería lo mínimo- necesitan/necesitamos, ser reconocidos y valorados, ser parte de un tejido social que nos contiene y nos acompaña, especialmente cuando enfrentamos situaciones complejas que no podemos enfrentar solos.

Pensar en comunidad me lleva al ‘UBUNTU’, el hilo dorado que teje el alma africana y la resplandece ante la eterna amenaza del depredador. Un término que proviene de las lenguas xhosa y zulú que, a su vez, derivan del bantú; una noción que nutre el sentido de colectividad de los pueblos subsaharianos. Frente al egoísmo y al individualismo, UBUNTU propone una forma de vida solidaria, fraternal y respetuosa con el otro a través de proverbios como ‘umuntu ngumuntu ngabantu’ que se traduciría como “somos a través de los demás”, “tú eres, luego yo soy”. Una filosofía de vida totalmente relacionada con uno de los mensajes más contundentes en la reciente Cumbre Mundial de los IDG, del médico Daniel J. Siegel, profesor de psiquiatría en la Escuela de Medicina de la Universidad de California, sobre la necesidad de integrar el yo y el tú en una ‘individualidad colectiva’ que Siegel define como un NOSOTROS, que no excluye el yo. Una propuesta que invita a reconocer que estamos totalmente conectados; la conexión lleva al amor, que despierta emociones trascendentes como la gratitud y la compasión, desde donde emerge la creatividad, las posibilidades.

El mensaje es claro, necesitamos pasar del individualismo a la colaboración, de la arrogancia del ego, que desde la distorsión de la realidad nos hace creer que tenemos la verdad. A la humildad de reconocer que solo somos un pedacito ‘muy pequeño’ de un universo infinito; del escepticismo de un corazón duro que bloquea las emociones a la compasión que nos permite abrazar el dolor propio y del otro; del miedo que nos cierra para protegernos de amenazas que a veces solo son fantasmas, al coraje para correr el riesgo de encontrarnos con el otro para construir juntos nuevas posibilidades. La transformación personal, así como la colectiva, de una comunidad, de una ciudad, va de adentro hacia afuera, desde nuestro yo profundo capaz de reconocer que necesitamos de los otros para avanzar en medio de este mundo complejo.

Mientras estoy escribiendo esta columna sobre la importancia de reconocernos como seres humanos que hacemos parte de una comunidad, recibo la noticia de la partida de Nicolás Restrepo, director de este diario. Enciendo una vela por su alma y recuerdo, vuelvo a pasar por mi corazón, su presencia, su mente lúcida, su compromiso por hacer de esta una ciudad y una región con oportunidades para todos. Gracias Nicolás por el apoyo que nos diste en esa tarea de hacer de Manizales un territorio amable, gracias por creer que podía ocupar un espacio en este diario de Casa.

Descansa en paz, te ganaste un sitio en el corazón de los manizaleños y seguramente un sitio en el Cielo.
Es momento para reconocer que solo estamos aquí por un instante; cada palabra, cada gesto, cada abrazo, cada acción pueden hacer la diferencia para construir ciudades y comunidades sostenibles, honrando el legado de nuestros antepasados y entregando un mundo mejor a los que vendrán después de nosotros.