Quiero proponerle un pequeño ejercicio: cierre los ojos y mire hacia atrás en su vida, cuáles son las personas que aparecen, tal vez padres, hermanos mayores, tíos, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, profesores, todos aquellos que pusieron sus hombros para que usted esté hoy aquí, algunos estarán vivos y otros ya se habrán ido; no importa, revise cuál es el legado que dejaron en usted, deles las gracias porque sin ellos usted no estaría hoy aquí. Ahora mire a su alrededor, quiénes lo acompañan hoy, en su familia, como amigos, en su vida profesional y/o académica, qué valor tiene para usted cada una de estas personas, cómo aportan a su bienestar, a su desempeño, a su calidad de vida, a su felicidad. Y, si mira hacia adelante, a quiénes ve, hijos, nietos, alumnos, nuevas generaciones: ¿cuál es el legado que quiere dejar para ellos? ¿cómo quiere que lo recuerden? ¿qué está haciendo para que, cuando ellos miren hacia atrás, como usted lo hace hoy, se sientan agradecidos?
A veces nos quedamos en la queja, criticamos lo que hacen los demás, nos quedamos mirando hacia afuera y esperando que otros lo hagan. Cada uno de nosotros tiene una tarea por hacer, una misión que cumplir, una huella por dejar en este planeta; no se trata de buscar reconocimiento y fama, tal vez solo sea poner un pequeño grano de arena, sembrar una semilla, mantener viva la esperanza. Como dice el poema Invictus de William E. Henley, que recitaba Mandela en la prisión de Robben Island: “Más allá de la noche que me cubre negra como el abismo insondable, doy gracias a los dioses que pudieran existir por mi alma invicta. En las azarosas garras de las circunstancias nunca me he lamentado ni he pestañeado. Sometido a los golpes del destino mi cabeza está ensangrentada pero erguida (…) No importa cuán estrecho sea el portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma”.
Descubrir cuál es esa tarea pasa por hacernos tres preguntas, que el profesor Otto Scharmer considera fundamentales para la creatividad: ¿Quién soy yo? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Cuál es mi verdadero trabajo? Preguntas que nadie puede responder por nosotros y nos invitan a una conversación profunda, donde necesitamos mirar, con la mente y con el corazón, qué está muriendo y qué está comenzando a nacer, afuera y adentro de nosotros. Un ejercicio que requiere mucho coraje para soltar los miedos que nos atan al pasado y atrevernos a ver las nuevas posibilidades que, aún en medio de la incertidumbre y las dificultades, pueden emerger.
No creo que el mundo de hoy necesite mas polarización, quejas y crítica, de un lado y de otro, más activismo sin sentido; no todo está en manos de quienes ostentan el poder. Cada uno de nosotros está llamado a despertar y darse cuenta de que los privilegios y posibilidades, grandes o pequeños, que hemos tenido, nos hacen responsables frente a los vacíos y el dolor ajeno, porque mientras estamos en nuestra zona ‘relativamente cómoda’ quejándonos de lo que otros no hacen, hay miles de personas pasando hambre, sin agua, desplazados por guerras absurdas producto del ego de quienes abusan del poder y lo utilizan solo para su propio beneficio.
Ramón Bayes, psicólogo y catedrático emérito de la U. de Barcelona, dice que siempre recomienda a sus alumnos que estén atentos, porque hay momentos que son extraordinarios en los cuales se presenta una necesidad concreta con una posibilidad real de hacer algo que pueda cambiar la vida de alguien, pero no nos damos cuenta. La tarea del profesor es siempre sembrar, dice Bayes; yo diría que es la de todos, porque nuestras palabras y pequeñas acciones pueden tener un impacto importante en la vida de otros. Un hermoso ejemplo de esto es la carta que escribió Albert Camus a su profesor de primaria Louis Germain, al ganar el Premio Nobel en 1957: “Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto (…) le puedo asegurar que, por sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido (…)”.
El papa Francisco ha hecho un llamado hermoso con el que quisiera cerrar hoy: MIRAR EL PASADO CON GRATITUD, VIVIR EL PRESENTE CON PASIÓN, ABRAZAR EL FUTURO CON ESPERANZA.