“Duele, duele un montón. Pero va a pasar, y cuando sane, más fuerte vas a brillar, más alto vas a volar, más libre vas a soñar. Y vas a entender, que algunas historias terminan, para que otras mejores puedan empezar.” (Antoine de Saint Exupery). Soltar, dejar ir, pasar la página y comenzar de nuevo, son cosas que cuestan. No sé cuántas veces lo he tenido que hacer en la vida, tal vez más de las que quisiera; me he caído y tengo cicatrices, pero me vuelvo a levantar, aprendo y sigo pensando que vale la pena. No nos preparan para el cambio; de hecho, creo que más bien, desde la casa, el colegio, la universidad y la sociedad recibimos mensajes constantes sobre la importancia de tener las cosas resueltas, conocer las respuestas, saber para dónde vamos, lograr un status quo, tener el control y, lo más perverso, acumular: conocimiento, títulos, dinero, bienes materiales y logros que muestran al mundo lo exitosos que somos. Todo esto va en dirección contraria a soltar y, como dice Saint-Exupéry, ‘volar’; esto es, sentirnos libres para reconocer las nuevas oportunidades y construir nuevas historias.
A veces pensamos que solo cuenta lo que tenemos y nos embarcamos en una carrera loca por tener y mantener. Mientras tanto, el mundo sigue cambiando, hay más incertidumbre y nos sentimos cada vez más vulnerables. El aprendizaje importante, del cual pocos se ocupan, es enseñarnos a aceptar que todo pasa y que, al final, lo que cuenta no es lo que los otros ven por fuera, sino lo que hay en nuestro interior. El valor de una persona no puede estar en función de cosas materiales o de cómo nos vean los demás. Debería estar en función de las batallas que ha tenido que pelear, de las heridas y las cicatrices que lo acompañan; son estas las verdaderas maestras que abren nuestro corazón y nos permiten desarrollar una de las competencias más importantes del ser humano, la compasión, que es la base de la empatía y la solidaridad.
Estoy convencida que, si queremos vivir en un mundo mejor, debemos modificar el sistema educativo. No me refiero a las instituciones, estoy pensando en todos los actores de la sociedad que influyen en el proceso de formación de una persona, empezando por la familia, pasando por la escuela y la universidad, pero también la empresa y la comunidad. Para vivir en una sociedad más incluyente y equitativa necesitamos empezar por nosotros como individuos; no se trata de adquirir más conocimiento, sino de formar seres humanos capaces de enfrentar un mundo en constante transformación, en el que a veces nos sentimos demasiado vulnerables y sin las capacidades para sobrevivir. Dice el profesor Otto Scharmer (https://ottoscharmer.medium.com/), que en la entrada de la Academia de Atenas estaba escrito: ‘Nadie entre aquí que no sepa matemáticas y geometría’. ¿Cuál debería ser la inscripción en la entrada de la universidad que necesitamos 2.400 años después? Sería: ‘No entre aquí nadie que no sepa que los asuntos de afuera son un espejo de los asuntos de adentro.’ Ocuparse del interior del ser humano es lo que Scharmer denomina ‘Alfabetización vertical’; la capacidad de cambiar la conciencia, pasando del ego al eco. Un ejercicio que requiere conectar la cabeza, con el corazón y la mano; en otras palabras, tener coherencia entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos.
Seguir enfocados en desarrollar el coeficiente intelectual, sin tener en cuenta la integralidad del ser humano, es un error que, como personas, sociedad, y humanidad, vamos a pagar cada vez más caro. Seres humanos insensibles que pasan por encima del dolor ajeno, dirigentes autócratas enfocados casi exclusivamente en tener cada vez más poder, organizaciones ‘oruga’, como las denominan John Mackey y Raj Sisodia, que se quedan en la generación de ingresos para los accionistas, dejando en segundo lugar todos los actores y personas que hacen parte del sistema. Podemos elegir quedarnos en la queja por lo que otros hicieron, por las relaciones que terminaron, por los clientes que perdimos, por lo que ya no tenemos; o podemos observar el camino que hemos recorrido, valorar lo que hemos aprendido, agradecer por quienes nos han acompañado, poner el foco en un propósito superior que ilumine y nos permita reconocer todas las posibilidades que todavía tenemos. El aprendizaje es un acto de humildad y valentía que nos permite resignificar el pasado, valorar el presente y construir una nueva historia hacia el futuro. ¿Qué lecciones le han dejado los tiempos difíciles? ¿Qué necesita para mirar al futuro con esperanza?