No aceptaría ser miembro de un club que me acepte entre sus integrantes, diría con mi ideólogo Marx (Groucho, no Carlos). De pronto conviene hacer concesiones.
Cualquier día me acosté aliviado y desperté miembro del cartel del gozaderal, un colectivo fundado por un cartagenero feliz, el periodista Angel Romero Bertel, “Pupo Manjararrés”. Despachábamos en el Goce Pagano del centro de Bogotá.
Tengo carné del cartel de chihuahua dada mi condición de mascota de Nacho, un perro faldero  que disfrutaría más cargado y alimentado por Paris Hilton. Nacho me mira de reojo mientras escribo estas líneas. Tengo bien averiguado que sueña eróticamente con dos perritas vecinas, también chihuahuas, que no le dan  ni la hora. Nacho peca con las ganas. 
Fugazmente pertenecí al cartel de la coca. De la hoja de coca boliviana, aclaro. Sucedió en octubre de 1982  cuando fui a La Paz a  cubrir la posesión presidente Hernán  Siles Suazo. En los cafés servían agua de coca, como una aromática más. En el mercado compré hojas de coca para llevar a casita. Mis colegas alegaron que nos podían encanar  por tráfico de esa hoja. Allí terminó mi ruta de la coca…  Desde entonces sólo soy “palabrotraficante”.
He confesado que soy miembro del cartel de la marihuana, pero en gotas, sublingual, para mejorar el sueño.
Admito mi condición de miembro  del cartel de la empanada. No importa que sea una empanada de iglesia, de esas que tienen más carne un pensamiento del papa. De las empanadas dicen que son mejores mientras más peligroso sea el barrio.
Me excluyo de pertenecer al detestable cartel de los sapos. Lamento que  se haya utilizado el nombre  de estos  pacíficos buchones que croan felizmente sin tirarse en la biografía del prójimo para trepar.
Soy miembro del cartel de la OPEP pues desde 1989 sudo petróleo para escribir la Columna Desvertebrada. La invitación para que la escribiera me la hizo la directora Ana Mercedes Gómez, a través de Alberto Velásquez Martínez. Cuando escuché la propuesta le dije a mi vecino de página: ¿Y no me hará daño encima de tantas ganas?
Eso sí,  me declaro miembro del cartel del corrientazo. La voz aparece registrada en el Diccionario de Colombianismos, del Caro y Cuervo: “Corrientazo m. inf. Almuerzo casero que se vende, a precios bajos, en pequeños restaurantes o cafeterías. El típico corrientazo tiene sopa, principio, seco, postre y jugo”.
Me recuerda el colega Victor Ogliastri del Instituto que la voz aparece desde la primera edición del diccionario en 2018. Circulo en la Feria del Libro de ese año “e, increible, se convirtió en uno de los libros más vendidos ese año en la Feria. ¡Un diccionario!”.
Estas líneas son para protestar por el encarecimiento desmedido de su majestad el corrientazo. No solo le subieron sin que incurrieron en empequeñecimiento ilícito del tamaño de la carne. ¿Quién podrá defendernos?