El Premio Nobel de Paz a María Corina Machado es una noticia que llena de ilusión a los venezolanos y al mundo. Somos muchos los demócratas que hemos visto en ella la esperanza de una Venezuela libre y el renacer de la democracia.
El Nobel reconoce el enorme esfuerzo de María Corina, cuya lucha seguimos de cerca quienes sufrimos por Venezuela y todos aquellos que, expectantes, vemos en ella la lucha contra las tiranías que se han ido tomando el mundo. Hoy hay más naciones viviendo bajo tiranías que hace 50 años. Los modelos autocráticos se instalan fácilmente, pero luego todo parece insuficiente para sacarlos del poder.
Una vez que una nación cae en un régimen autocrático, las posibilidades de volver a la democracia se van alejando. Aunque los regímenes den señales de tolerar ciertas libertades, las flores de las primaveras quedan congeladas con los embates del tirano.
Por eso el Nobel a María Corina no es menor, sobre todo ahora cuando las democracias del mundo parecen estar perdiendo la batalla. Ella y su lucha parecen ser un nuevo camino: el del liderazgo que convoca, de la resistencia que no se vence y de la voluntad que se levanta.
Ante los nuevos enemigos de la democracia, hay una forma de liderazgo que todavía convoca. El populismo, que se difunde viralmente a través de las redes sociales, parece difícil de vencer. Ofrece soluciones sencillas a problemas graves y estructurales. Logra convencer a todos de que el problema son los otros, que se hará lo que el resto de la humanidad no ha sido capaz de hacer. No solo nos recuerda a Chávez, sino a tantos otros líderes que, con pomposas promesas, han ido doblegando el Estado de derecho. A eso hay que sumarle los procesos de polarización cada vez más profundos y difíciles de superar.
Hablamos de los algoritmos de las plataformas, que nos hacen sentir que en el mundo todos piensan como nosotros. La falta de contraste de nuestras ideas y los materiales virales que nos convencen de la maldad de los otros van haciéndonos sentir muy seguros con nuestras ideas. Los “otros” son cada vez más lejanos; tenemos poca capacidad de empatía y, sin darnos cuenta, van convirtiéndonos en enemigos.
En estas difíciles circunstancias para la democracia, la voz de María Corina Machado nos devuelve la certeza en las convicciones. Su voz se ha alzado por encima de los mensajes polarizados y de las promesas populistas con la firmeza de una líder que es capaz de unir. Su valentía, que no desfallece ante los ataques, y su carácter le han permitido pasar tantas noches y días en la clandestinidad. Su ejemplo de resiliencia inspira a un pueblo decidido a no perder su patria.
Sin duda fue María Corina la que logró movilizar el corazón y la mente de los venezolanos con la promesa de poder estar de nuevo todos juntos en el suelo que les pertenece. Esa promesa de volver a unir a las familias, de volver a tener un país, de no convertirse en permanentes extranjeros les ha permitido una unión que los ha hecho indestructibles. De nada valieron las amenazas del régimen, la plata del narcotráfico, los presos políticos, la represión y el miedo: pudo más la esperanza que María Corina simboliza. Sus palabras al pueblo de Venezuela, su gratitud hacia el presidente Trump y su pasión por no parar hasta ver a Venezuela libre nos han conmovido a todos.