Se le veía con frecuencia montado en un borrico subiendo a altas montañas: era el padre, luego obispo y cardenal Robert Francis Prevost Martínez en sus más de quince años de labor pastoral en Perú. Sencillo, firme, un poco tímido, pero siempre alegre con la efusión pascual que lanzó desde las primeras palabras pronunciadas como papa León XIV.

Era como Jesús entrando a Jerusalén en el asno y asumiendo la misión confiada por el Padre; ya es el pontífice, que significa puente, dispuesto a tener sus brazos abiertos como como la columnata vaticana y recibiendo con amor a quien llegue a beber agua de vida y pan de salvación.

Forjado por el Espíritu para el momento preciso y la sucesión de Pedro, con la mirada puesta y fija en Jesús, en la Iglesia, en los más necesitados y marginados por las estructuras individualistas que reinan violentas. Nos regaló un canto de amor, de cuidado a todos, peregrinos de la Esperanza en este año jubilar.

Preparado para ser universal desde el pastoreo papal, sinodal, abierto a los más pobres. Nacido en tierra del Tío Sam, con raíces europeas (su padre francés y su madre española), recorriendo el mundo como superior de la Comunidad Agustina, empapado en pastoral popular con sus más de quince años de labor misionera en Perú; visitando varios países de América Latina, entre ellos Colombia, corazón universal sin visiones personalistas.

Sus manos prontas para dar; sus pies listos para ir hacia cualquier lugar o persona en situación de riesgo y necesidad; sus labios brote de Palabra de Dios; corazón palpitante de amor al estilo de las Bienaventuranzas; sus rodillas prestas para pasar horas de oración por él, la iglesia y toda la humanidad.

Sueña como su amigo Agustín de Hipona en construir "la Ciudad de Dios" y pide decir como Isaías (21,8): "Sobre la Atalaya, mi Señor, estoy firme a lo largo del día y en mi puesto de guardia estoy firme noches enteras".

Hemos recibido como regalo del Señor un buen timonel para la barca de la Iglesia en la presente situación de la humanidad, podemos anotar que "hay guardián en la heredad de Dios".

De ir en burrito pasó a dirigir la barca que navega en cantos de resurrección, esperanza y amor. Bienvenido, León XIV.