Es indudable que desde el punto de vista humano todos llegamos un día y otro que es ignoto salimos de esta tierra después de haber escrito una historia que tiene capítulos oscuros, bellos y luminosos.

El 18 de junio de 1813 el genio militar de Francia Napoleón Bonaparte perdió la batalla de Waterloo en Bélgica. Los británicos al mando de Wellington y los prusianos unieron sus ejércitos y lograron derrotar a quien parecía imbatible, Napoleón. Allí comenzó el principio del fin para Bonaparte, que no pudo levantarse de la derrota.

Su fama era tan inmensa que otro genio, el gran Beethoven, dedicó su tercera sinfonía a la memoria de Napoleón. Otro inmenso compositor, el ruso Tchaikovsky realizó su famosa obertura 1812 para conmemorar otra derrota de Napoleón, su incursión a Rusia.

Queda claro que llegamos a este mundo y por grandes que sean los triunfos aparecen los tropiezos y fracasos hasta que la trompeta de la historia personal toca la salida. Se cuenta que sus últimos años Napoleón los pasó en la isla Santa Helena, aislado, silenciado, pero con dos características: conservó el recuerdo de sus mejores proezas sin sentimientos de derrota fatal y sostuvo su afecto con el recuerdo de su primera esposa, Josefina, que lo cubrió con los gratos años de su vida unidos.

La verdad es que a cada uno le llega su batalla Waterloo, su fracaso, su caída, su tropiezo; le acompaña también el espacio a veces temido del retiro, la jubilación, el aislamiento. Muchos en un encierro carcelario, en el cuarto de un hospital, en una cama de un cuarto familiar, en una casa de reposo o de restablecimiento acariciando el pasado, asomando lágrimas con recuerdos gratos, cobijados a veces con la soledad, el silencio, el olvido.

Todos debemos estar preparados para momentos como estos cuando vemos más cerca el punto de llegada que el de salida, pero con la certeza de que estamos en la bella experiencia de vivir brindando por tantos éxitos y celebrando la resistencia frente a innumerables obstáculos.

Me ayuda lo que anota Ana María Canopi en su obra "Silencio ", es el momento de la profundidad, de ver abrirse el infinito salvador que señaló Jesús de Nazaret. Al callar y no tener más que silencios, el Señor siempre responde con la verdad de un padre hacia su hijo que perdió el habla. Es la oración, canal de esperanza con salida eterna.