Me llamó hace poco una funcionaria de la cultura de Chinchiná invitándome a participar en un encuentro de escritores. Interesado en ese tipo de procesos, pregunté de qué se trataba y me sorprendí de que la programación no incluyera una ponencia sobre Antonio J. Arango, máximo exponente de la literatura de Chinchiná. Entendí que la literatura entre nosotros también puede amenazar ruina, y lo viejo y lo desconocido es desechado con una facilidad que duele.
Se me dijo que el evento, su segunda versión, iba con el rótulo de un señor que publicó un libro sobre la historia de Chinchiná. Conociendo ese libro me impresioné, porque cómo se honra a un señor, que definitivamente no es escritor y tampoco es autor a pesar de su libro publicado, porque ese libro es el culpable de que Chinchiná no tenga un volumen sobre su interesante y rica historia. Ese libro puso todos los parámetros al revés, convirtiéndose la historia local en una escombrera que nadie ha podido ordenar, impidiendo que surja un estudio que refleje más de 150 años de vida municipal.
Con más motivación me puse en la ardua tarea de demostrarles a los chinchinenses que tienen una joya literaria con la cual pueden corregir la acepción de que este municipio, en términos de cultura, no está a la par de su pujante economía y desarrollo.
Antonio J. Arango nació en 1906 y murió en 1980. A lo largo de su vida, que lo llevó a vivir en Centroamérica, como deshaciendo los pasos de Porfirio Barba Jacob, publicó siete libros, fuera de miles de artículos de prensa, que sumados darían otros tantos volúmenes.
Arango fue greco latino en todo sentido y no podía ser diferente, siendo primo hermano del leopardo Eliseo Arango. Esta clasificación se sustenta muy fácilmente leyendo su semi novela “Quindío, Epopeya del Colono Antioqueño” publicada treinta años después de que fuera escrita. Esta obra hace parte de esas novelas fundacionales, como las llama Cecilia Caicedo, hablo de “Risaralda” de Arias Trujillo; “Hombres trasplantados” de Buitrago, “La Cosecha” de Osorio Lizarazo, y “El Río corre hacia atrás”, del otro alzatista Benjamín Baena Hoyos.
Estos libros se dividen en dos orientaciones: en unos el campesino es visto como una víctima, un ser desvalido, así como le gusta retratarlos a Eduardo Caballero Calderón. Mas en los autores locales, como Arango o en Arias Trujillo, estos personajes son fuertes, dueños de una vida propia a pesar de las adversidades, dentro de las cuales la naturaleza es más implacable que lo económico. Aquí las Canchelos rebosan de sensualidad, en cambio, en las otras novelas, las bellas campesinas son seducidas por el patrón con sus consabidas consecuencias.
Arango escribe esta epopeya que transcurre en el Quindío y es Tigreros, el fundador de Armenia, uno de sus pletóricos protagonistas, mas este relato perfectamente pudo haber sucedido en cualquiera de las casi 100 poblaciones que surgieron dentro nuestra Colonización Antioqueña. Arango fue capaz de plasmar en pocas páginas todo el valor humano de nuestros ancestros cuando realizaron esa colonización. En esta novela, que es una apología a la fuerza del ser humano, a su virtud de imponerse a imposibles, desentona con los gustos de los citadinos actuales en cuanto a literatura, pero tiene la bondad de nutrir nuestra alma provinciana y orgullosa de lo acoplado por los abuelos.