Dista Marmato hora y media de Manizales; una moderna autopista lo lleva a uno hasta el desvío donde a cada paso que se avanza se deja lo moderno y se penetra en un mundo único, completamente diferente. La mayoría de los pueblos nuestros tienen la misma razón de ser, excepto La Dorada y Marmato. La Dorada es un puerto y la población surge en función del río y la carga, y Marmato lleva la marca de la mina de socavón que no se puede comprometer con un plano urbano de retícula española donde todas las calles miden 80 metros y se cruzan en ángulo de 90 grados.
Contrasta Marmato con el resto de Caldas que tiene plazas con iglesia y alcaldía y sus calles acogen las casas ajustándose a la necesidad de alojar a la gente. En cambio las calles de este cerro de oro miden kilómetros y recorren la profundidad de la montaña dando la impresión que se habita es bajo tierra. Esa gran montaña que es Marmato se ve rasguñada por grietas producto de la explotación minera y está salpicada por casas que más parecen de campo que conformar un pueblo.
Se recorre esta gran mina por senderos empedrados por los cuales suben recuas de mulas con madera rolliza para sostener los socavones y bajan otras con mineral para descargar en los molinos. Estos dos elementos son de la Colonia, de una época distante, pero sin los cuales la mina de hoy no puede trabajar y a su vez contrasta con los modernos entables donde la roca extraída del socavón se tritura hasta convertirla en polvo finísimo y así poder extraerle hasta la última traza de oro.
Da la impresión que Marmato no vive el presente de los comunes mortales, que aquí se viven ritmos totalmente diferentes, que el oro impone, hace siglos, otras reglas que hacen único e incomparable a este pueblo. Nadie se imagina que sobre estas rocas pulidas por el uso se mueven personas que luchan como titanes contra un sinnúmero de contrincantes, especialmente aquel que lo da todo y a la vez posee la fuerza de arrastrarlo todo por la senda equivocada.
Marmato, con la fuerza que penetra la montaña en busca de la veta, se aferra a la tradición porque el oro impulsa la trashumancia y como un vendaval se lo lleva todo con irresistible empuje. La población es poca comparada con el número de obreros que extraen el oro y permanece un tiempo y sigue su camino y así ha sido desde hace siglos, así que la civilidad allí se desmorona y se agrieta como el suelo sobre el cual se asienta este portento que le llegó al departamento de Caldas como dote que aportó la provincia del Cauca.
Estuve en Marmato la semana pasada en el lanzamiento del libro “Personajes y escritores marmateños”, publicado por la profesora Custodia Ortiz que se llevó a cabo dentro del X Encuentro de Marmatólogos, que lidera la antropóloga Lyda del Carmen Díaz. Me asombró el libro de doña Custodia porque para hacer historia marmateña ella debe destacar la civilidad, el orden y la sociedad, o sea hacer el recuento de los funcionarios, luchando contra el dictamen del oro que no admite que la gente piense en algo diferente que poseerlo. Esta fuerte y resuelta mujer, con diáfana voz y convicción leía los nombres de los alcaldes que había dirigido el municipio demostrando que a este huracán dorado que lo mueve todo, se le puede oponer un orden. Esta profesora nata, a pesar de estar jubilada, sigue en su propósito de formar ciudadanos, rescatando estos nombres que en una historia de otro pueblo caldense no tendría esa importancia y esa urgencia. Es afortunada la población de Marmato con tener una albacea que defiende la heredad y como sacerdotisa de un rito antiguo custodia lo más valioso de su gente.
Sentí la importancia de este acto y me llené de orgullo de ostentar el mismo gentilicio que esta vigorosa dama de gestos afables. Vi la fuerza de nuestra gente y también vi la ausencia del Estado, porque no había nadie de la Secretaría de Gobierno del Departamento para recibir este regalo con respeto; no vi a la Secretaría de Cultura acogiendo este aporte que convierte a la historia en un fundamento vital para esta sociedad tan diferente y por ende tan sola porque no tiene par.
Veía yo a doña Custodia asediada por sus seguidores firmando libros y trataba de dilucidar las razas que se plasman en su expresiva cara, entendiendo que esta gente es otro mojón que limita al codiciado metal señalando que las razas que han vivido al pie de esta montaña mágica, nunca se han ausentado y que indios, negros y europeos han poseído la fuerza de la conciencia para vencer a este poder que viene dominando al hombre desde hace 10.000 años.
Al cerrar el acto, doña Custodia recitó un poema, supongo de su autoría, “La niña negra”, un recuento de injusticias que sufre una niña, mostrando que vivir en Marmato es una tarea difícil, pero que ella ha sabido adelantar con solvencia imponiéndose a todo tipo de dificultades.