Al primero que le oí hablar de los trabajos de forja en el Centro Histórico fue al profesor Hernán Giraldo y eso hace mucho rato.
Tenía razón el arquitecto al ponderar este elemento de las arquitecturas manizaleñas, porque discretamente esta parte de las fachadas son protagónicas. El hierro durante la Colonia fue un artículo de lujo porque España no permitió que en Sur América se fundiera hierro, protegiendo sus propios hornos localizados en el País Vasco. Esto fue relativamente fácil de imponer, ya que los indios, a pesar de ser eminentes orfebres, desconocían este metal tan importante para la economía de una región.
Dentro de los pioneros de la fundición en Colombia se debe relacionar al Sabio Caldas, que fabricó lanzas y sables para los ejércitos libertadores cuando estuvo en Antioquia, inclusive produjo unos prototipos de fusiles que no entraron en producción. Fue con la llegada primero del cable aéreo en 1922 y con el ferrocarril en 1927 que el costo del hierro bajó, Manizales pudo incluir masivamente este material dentro de su lenguaje arquitectónico.
Para ver estos trabajos de forja, que requirieron su elaboración de manos maestras logrando una simbiosis entre las técnicas para doblar el hierro y un sentido estético, se debe dar un paseo por las carreras y calles del Centro Histórico, extenso como lo he planteado y no solo el núcleo de casas reconstruidas después de los incendios de los años 20. El observador detectará rápidamente que los edificios más tardíos de la reconstrucción, los que técnicamente ya no son republicanos, son los que
en mayor número ostentan ese bello tipo de ornamentación. Aún se vivía el gusto por ornamentar las fachadas de las casas, ya sea por apliques o por las rejas, plasmando en paredes objetos bellos que recrean el alma del transeúnte y constituyen un conjunto muy atractivo de por sí.
Da gusto ver como estos maestros lograron trazar líneas tan esbeltas en un material tan duro como lo es el hierro, recreando el movimientos como el de olas que imaginariamente chocan contra las fachadas que las sustentan y también complacen aquellas rejas que, simétricamente, repiten un diseño logrando un efecto placativo que igualmente entretiene a las ávidas retinas de aquellos que en cada recorrido por las calles de Manizales encuentran nuevos detalles. Las líneas de los diseños pueden ser geométricas, como la reja que cubre la parte de la Catedral que da sobre la carrera 23, o figurativas, como los pavos reales de los balcones de lo que fuera el Club Manizales en la carrera 23 con calle 24.
Hay otras rejas que con sus líneas ayudan a sustentar el diseño de su fachada, como la casa esquinera de la carrera 22 con calle 24 al frente del Palacio Estrada. El mismo Palacio Estrada posee un trabajo de forja rico porque no se optó por un solo diseño, sino que se ubicaron varios diseños de líneas que continúan la estética del diseño romano llamado neoclásico. Trabajos de gran belleza se pueden observar en la casa ubicada en la calle 23 entre carreras 23 y 24 donde la reja del balcón es Art Decó e introduce la lámina en el diseño. Llaman la atención los dibujos que se pueden observar en las rejas y barandas de los balcones de la Pensión Margarita, edificio que si los dueños lo pintaran en varios colores podría ser emblemático, ubicado sobre la carrera 22 con calle 18.
De por sí es intrigante la metáfora del trabajo en forja, porque crea belleza partiendo de un material tan duro como el hierro el cual se asocia, preferiblemente, con máquinas y no con arte. Hay trabajos de forja aplicados tardíamente como el del Palacio Sáenz donde el diseño de las rejas no son compatibles con el diseño del edificio y fueron colocadas seguramente después de los disturbios del 9 de abril de 1947, cuando muchos portones de la ciudad fueron reforzados debido a la inseguridad.
No sería descabellado proponer un tour o ruta del hierro y la forja por el incomprendido Centro Histórico nuestro, divulgando estos importantes trabajos y sensibilizando a los foráneos y locales a mirar con una mayor sensibilidad y así obtener el mayor disfrute, producto del asombro. No me cabe duda que el trabajo de forja es la recompensa que le da el Centro Histórico a aquel que lo recorre con atención, captando detalles que el transeúnte desinteresado nunca disfrutará.