Murió el 26 del mes pasado Luis Fernando Jaramillo, pintor que tuvo una especial devoción por pintar a Manizales y no creo equivocarme en decir que fue el pintor que más veces retrató a la ciudad. Pertenecía Luis a un movimiento pictórico que ostenta un nombre complejo, porque se les llama primitivistas, como si fueran algo atrasado o algo excesivamente elemental.
También se les llama ingenuos a estos pintores, incurriendo en una descalificación igualmente de errada ya que son todo menos ingenuos.
Al pintor se le exige, según los cánones tradicionales, que capte la realidad y la transforme con su arte; así como el expresionista pinta su emoción al capturar la realidad, el impresionista hace lo suyo, poniendo al observador ante una nueva realidad.
El primitivista, a su vez, se toma la libertad de alterar ciertos requisitos como el de la perspectiva para enfrentarse a la tarea de moldear la realidad que cree propia, pero que, al pintarla, se vuelve de todos.
La realidad que transformaba Luis era Manizales, la cual él miraba con los ojos y el corazón, legándole un análisis hecho con pinceles y no con estadísticas, y por ende mucho más sutil y acertado que los balbuceos de unos doctorcitos entusiasmados con un bicentenario.
Hay un cuadro de Jaramillo que yo señalaría como antitaurino, en el que este manizaleño hace una transformación de una realidad de forma extraordinaria. El lienzo lo ocupa la plaza de toros a las 4:00 de la tarde, porque la corrida va muy adelantada y el sol ocupa más de la mitad de la arena; no le cabe un espectador, la banda toca el consabido pasodoble, al fondo se ve el nevado y su inamovible compañero el cráter Arenas, para que no quepa duda de qué plaza se trata.
La transformación de la realidad radica en que Luis, las entradas de tipo morisco diseñadas por el arquitecto Rober Vélez, las convierte en ventanas a las cuales se asoman bellas muchachas haciendo visita como en un pueblo. Luis no despotrica de la tradición taurina, sino que trasciende y altera el escenario de las corridas dándole a la plaza otro uso. Él reconoce el arraigo de la fiesta brava, más no apela a prohibir, pero sí se imagina otra corrida.
Hay otro cuadro de él, El incendio de la Catedral, en el que unas bonitas llamas devoran a la antigua Catedral ante un fondo morado, que nada tienen de dramático. Claro, él pinta desde un relato que a través del tiempo ha disipado al humo. Luis pinta ese incendio desde la perspectiva actual, donde prevalece la emoción que produce la belleza de las casas republicanas. Ver lo actual mitiga el impacto de la antigua catástrofe.
Ese cuadro me lo regaló Luis como agradecimiento a la exposición que monté en el año 2021 en la sede de la Alianza Francesa con el auspicio del gerente del ICT, Camilo Naranjo, para celebrar el aniversario de la ciudad, no por medio de otra conferencia, sino exhibiendo este filial estudio de la ciudad hecho por un juicioso observador.
Me entristece esta muerte, porque significa que Manizales perdió el emocionado pincel que se regocijaba mirando y pintando a su ciudad natal.