Conocí a este hombre por casualidad, así como se conocen las partes más interesantes de una investigación. Estando en Herveo durante el rodaje del documental sobre el cable aéreo de Mariquita, un señor me preguntó si ya había conocido a Gilberto Jiménez, el último operario del cable. Ya me había entrevistado con los profesores e historiadores locales obteniendo cierta información que en el fondo corroboraba lo que ya sabía, y en ese instante entró Gilberto Jiménez a la panadería Imperial y sin mayor preámbulo, se sentó en mi mesa.

Era don Gilberto un hombre de mirada viva y de maneras desenvueltas, cortés como todos esos hombres de provincia que de la conversación hacen un pequeño ritual. Recuerdo a un hombre de fácil risa y de apuntes oportunos. Me contó su experiencia con el cable, habló de su padre, que también había trabajado con el cable como maestro de obra; habló de los jefes de estación y cuando le pregunté qué hizo después de que suspendieran la empresa me dijo que manejó un camión. En ese instante comprendí que este hombre me podía informar sobre aspectos mecánicos del cable, tema que quedaba en la oscuridad, por qué nadie lograba profundizar en él. Salimos de la Imperial y me mostró su campero Toyota, sacado de agencia en el año 1976, carro que se veía que tenía un cuidadoso, por no decir afectuoso dueño, conocedor de engranajes, transmisiones, tuercas y aceites.

Me cité con don Gilberto al día siguiente en el hospedaje que tenía Areliz Toro en Herveo para filmar la entrevista que iba a desbaratar la estructura del documental que pretendía celebrar los primeros 100 años de haber llegado la primera vagoneta de ese sistema de transporte de propiedad británica a Manizales, ya que la información de don Gilberto rebasaría mis expectativas. No fueron un capítulo, sino que con los datos de don Gilberto filmé dos episodios con información que no se conocía. Durante más de una hora, con desparpajo, habló don Gilberto, cuyos padres habían venido de Sonsón a Herveo a principios del siglo pasado.

Habló del conflicto político del cable en época de la violencia; de la transición de empresa británica a Ferrocarriles Nacionales después de su nacionalización en 1951; de accidentes; de cómo funcionaban las estaciones y bodegas; de la torre 20, pero lo que más me llamó la atención fue como este pragmático hombre me explicó cómo se tendió el cable, que en su época fue el cable aéreo más largo del mundo. Los historiadores no lográbamos contar cómo fue la instalación de ese cable que hacía un recorrido de 72 kilómetros de ida y otros 72 de vuelta, porque el trasfondo político y gubernativo lo conocíamos con solvencia.

El experto en el cable de Mariquita, Gustavo Pérez Ángel, hablaba de arneses especiales que les hacían a mulas y bueyes para jalar el cable a su posición, asunto que no se ajustaba a la verdad. Explicaba don Gilberto que los ingenieros ingleses, con las mismas máquinas del cable que le darían tracción durante su funcionamiento, jalaban el cable que se dividía en 9 secciones y no se componía de un tramo de cable de 72 kilómetros.

Muere con este hombre un conocimiento y se extingue la memoria de una obra de infraestructura que asombró a quienes la hicieron, porque acertaron en su atrevimiento que causa admiración, de cómo los abuelos, a pesar de carecer de tecnología, eran gente resuelta y emprendedora con mucho más mundo del que logramos barruntar hoy en día. A sus familiares les quiero expresar mis sentidas condolencias y repetir las gracias por tan valiosa y oportuna información que obtuve de ese amable testigo de una época ida.