Manizales, la ciudad que lograra hacer bullir una escuela literaria propia, en sus inicios vio pasar a varias de las figuras de la literatura nacional por sus calles. Tal vez la más emblemática fue Diego Fallón, que vino a dirigir un colegio: el Instituto Pío XII con sede en una casona sobre la Carrera de la Esponsión. Era Manizales una fundación irregular donde cada año se sumaba otra calle más a la cuadrícula de su diseño, después de que se rellenaran cañadas y se nivelaran cerros. En esa Manizales muchas casas ostentaban techo en teja de barro, pero la mayoría eran cubiertas con paja y eran de un solo piso. Las figuras literarias que le darán lustre en el siglo XX apenas estaban naciendo. En 1876 logró su primer realce cuando se mandó a ubicar la Prefectura del Sur en ella y sufrir un gobierno impuesto después de perdida la “Guerra de los Colegios” por casi una década siendo víctima la población conservadora de exacciones de guerra.
El comercio seguía siendo el gran resorte de esta ciudad que atendía, fruto de su adecuada ubicación sobre los caminos, a las poblaciones recién fundadas en su derredor; aquí se compraban los productos de la provincia y se surtía la región de productos como herramientas, telas o loza que venían de los puertos u otras ciudades. También se ubicó un tribunal en ese año mejorando la cobertura judicial que a la vez se puede leer como indicativo de una explosión demográfica. Manizales siempre destacó a la educación como un tema de inversión pública. En los acuerdos acerca de las tierras con la compañía concesionaria, un porcentaje sobre las ventas de las tierras fue por escritura pública, destinados a la educación. Así que la idea de traer profesores de la capital para regentar un colegio no debió ser idea descabellada y el mismo Agustín Nieto Caballero estuvo en 1917 en Manizales orientando la fundación de otro Gimnasio Moderno con socios como Aquilino Villegas y Justiniano Londoño.
Al igual que Jorge Isaacs, el padre de Fallón, era británico, en este caso irlandés y su nombre era Fallan siendo Fallón la versión hispanizada. Su padre, Tomás Fallan, que trabajó en las minas de plata de Santa Ana, unos dicen como botánico otros como ingeniero, se casó con la dama mariquiteña Marcela Carrión Armero y tuvieron, como tercer hijo en 1834, a Diego. Estas minas ya habían llamado la atención de otro literato colombiano: el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada en el siglo XVI y después otra vez fueron notorias en el siglo XVIII cuando fueron explotadas bajo la dirección del Sabio Mutis y Juan José Delhuyar, empleando mineros alemanes. Hoy en día esas minas y sus vistosas ruinas se ubican en el municipio tolimense de Fallan, después de haber cambiado su nombre en 1930, de Santa Ana a ese apellido irlandés honrando a este poeta romántico. Diego Fallan estudió en Inglaterra ingeniería de ferrocarriles, tema de gran importancia, no solo para Colombia, sino el mundo entero, pero nunca ejerció; su pasión fueron la música, la poesía y la educación.
¿Cómo fue a dar en la penúltima década, del siglo XIX, este hombre a Manizales después de haber sido profesor en Bogotá de matemáticas, música e idiomas en la Academia Nacional de Música y en el Colegio del Rosario donde dictó la asignatura de Estética; había creado un nuevo sistema de anotación musical que expuso en su libro “El Arte de Leer, Escribir y Dictar Música”, publicado en 1885 y era un reconocido poeta romántico? No hay respuesta, excepto que decir que gozaba la joven ciudad de fama de progresista y que en esa época la frontera de la civilización no asustaba a nadie, ya que las comodidades, sanitarias por ejemplo, eran las mismas en la provincia que en la capital. Dice Luis Londoño que fue Alfonso Robledo Jaramillo el que trajo a Fallón a Manizales, pero debe de tratarse de otro Alfonso Robledo Jaramillo porque a la fecha el famoso neirano, ministro del Tesoro del presidente Concha y alcalde de Bogotá, debería haber sido un párvulo porque nace en 1876 y teniendo en cuenta que Fallón muere en 1905 y no en Manizales, debe tratarse de un curiosa confusión.
La influencia británica en las diferentes regiones colombianas ha sido fuerte, casi todas ostentan vestigios de ese pasado. En Manizales nos heredaron un cable aéreo y ampliaron el lenguaje arquitectónico, enseñándonos a construir usando la tabla parada. Dice Simón Vélez, en muchos temas un expositor radical, pero en los que concierne a la arquitectura, un hombre inspirado, que los corredores al rededor de las casas de finca cafeteras también son británicas, que estos a su vez habían visto en la India en forma de “bungalows”. Debería haber sido Fallón, que es tatarabuelo del expresidente Ernesto Samper, un hombre reservado, dotado de una mente superior y de una gran sensibilidad; un ser que poseía una magnífica paciencia para enseñar a jóvenes y que de cierta forma dejó huella en la futura capital del grecolatinismo.