Esa fue la pregunta que me hizo Dorian Hoyos la semana pasada después de la condecoración que recibió en la Asamblea de Caldas por su vida y obra como poeta. Al principio no le entendí; a la poeta Dorian le gusta hablar en serio jugando con lo trivial. “Pues, la de Bellas Artes”. Aún más confundido quedé, porque creí que se refería a una de las poetas que había publicado en años pasados. Cuando dijo la de Reyes entendí por quién estaba preguntando: la escultura “Malabares” del maestro Alberto Reyes que engalanaba la entrada al Palacio de Bellas Artes.
Esta obra, tal vez la más representativa de Alberto Reyes, quien fuera por décadas profesor de escultura en la Universidad de Caldas, fue desmontada el 24 de octubre del año pasado, o sea hace medio año y no ha vuelto a su puesto.
A raíz de esa pregunta hablé por teléfono con el maestro Reyes, y él tampoco me pudo dar razón. Me comentaba que él llamó a la Universidad sin poder obtener una respuesta concreta acerca de la fase de la restauración en que se encontraba esa escultura, la cual, desde el 17 de julio del 2008, deleita y anima a la ciudad.
Es válida la preocupación de la poeta Dorian: ¿Dónde está la muchacha? ¿Será que fue víctima de la machista burocracia que la despojó de su libertad, encerrándola en un pequeño cuarto oscuro, después de tantos años de estar por encima de la humanidad guardando un perfecto equilibrio?
La ciudad necesita de sus esculturas, esa curiosa demora no solo le causa una lesión moral al artista que la engendró, sino a la ciudad y sus habitantes, que nos están privando de algo trascendental por lo sutil.
Claro, ella es propiedad de la Universidad de Caldas y no está ubicada en un sitio público, pero sí se encuentra en la visual de toda persona que transita por la Avenida 12 de Octubre, especialmente en las tardes soleadas de los domingos.
Daba gusto ver esas dos esculturas del maestro Reyes, al hombre y la ventana posesionándose del paisaje y a esta jovencita haciendo sus malabares cuando hacía mis recorridos por esa parte de la ciudad. Sería fatal que ese encuentro con la cotidianidad y lo humano por medio del arte quedara trunco.
Claro que es importante que a estas obras se les haga mantenimiento, eso las preserva para que otras generaciones las admiren y se conmuevan con ellas, pero causa alarma que el mismo artista no sepa dónde está y en qué estado se encuentra su obra y, fuera de eso no se le dé razón en qué fecha vuelve a su sitio la escultura.