Al celebrar Salamina su bicentenario, lo está celebrando toda la región que recibió la impronta de la Colocación Antioqueña. Salamina forma parte de ese ramillete de las casi cien poblaciones que surgieron a lo largo de la cordillera Central y en la cordillera vecina entre los años 1800 y 1918.
No cabe duda de que este fenómeno fue una gesta, la cual se puede reconstruir perfectamente recordando las diferentes etapas de su historia, ya que Salamina conserva el casco urbano de sus años dorados, mostrando por medio de su arquitectura cómo era esa sociedad de colonos. En eso, Salamina aventaja a todas las otras cien poblaciones y se pone a la altura de las matrices Sonsón y Abejorral, poblaciones que conservan su especial halo.
Hay que sumar a esta lista a Marinilla, mas es menester resaltar que en esa población no queda mayor vestigio arquitectónico que permita una conexión con ese pasado.
En esa época las familias provenientes de ciertas poblaciones, seguramente por razones políticas, afincaban su futuro juntas. Así, los sonsoneños prefirieron a Salamina dotando a esa fundación de un interés en la literatura y la educación. A su vez, Abejorral produjo visionarios que se asentaron en Manizales y Marinilla surtió a toda la región con comerciantes, personajes interesados en incrementar su patrimonio.
Su plaza principal, como todas nuestras plazas, es un libro abierto en el cual se puede leer todo lo que sucedió en esos 200 años, sin correr el riesgo de omitir nada de importancia. No se necesita guía. Con los ojos bien abiertos el atento observador comprenderá la intensa vida que ha tenido ese pueblo captando la frágil voz del pasado que vibra en esas paredes, portones, aleros y balcones.
En ese corazón rectangular sembrado con árboles por el padre Barco confluye toda la bicentenaria historia de Salamina, aquí se suma y se redistribuye su vida sin afán. Su catedral, en un costado, habla de la fe Católica que sabe conjugar a santas e inquisidores, que educa y es la más clara expresión de cultura; en el otro costado se ubica la Alcaldía que sigue siendo el codiciado trofeo de las luchas del poder local que los respectivos dueños tres veces han transformado en su apariencia arquitectónica.
Al frente está la casa del Degüello, que con la matanza de la guerra del 79 contradice los valores, que se pregonaban en la casa consistorial y en el templo. En el restante larguero de la plaza se ve la huella del fuego, azote de todas estas poblaciones construidas en bahareque.
Sobresalen las cuatro casas esquineras, quedando en diagonal la casa de Rodrigo Jiménez con el más bello balcón de Antioquia y una de las casas que construyó el más fino y atento de sus constructores: Eliseo Tangarife. Y en la otra diagonal están ubicados dos edificios feos e irrespetuosos que, igualmente contradicen la belleza y la fuerza del resto de la plaza.
Salamina debe entender que con el bicentenario se ha convertido en la guardiana que conservará para el futuro la esencia del pasado.