Con la publicación del libro Historias médicas de una vida y una región reimpreso después de 63 años por los descendientes del doctor Jaime Mejía Mejía, Salamina cuna de cultura, recuperó una de sus más importantes producciones literarias. En la literatura, diferente que en la arquitectura, la destrucción y la salvaguardia, tienen un impacto diferente: un libro se reimprime, pero un edificio desaparece dejandoun vacío insuperable.
La importancia de este libro radica hoy en ser la voz de un testigo de la Colonización Antioqueña, todo aquel que quiera conocer ese fenómeno social más allá de unos problemas alrededor de unas concesiones de tierras como se propagó equívocamente y por varias décadas hablando de la lucha entre el hacha y el papel sellado, en la obra del doctor Mejía encontrarán una ventana abierta de par en par donde, con inteligencia y un lenguaje original, este hombre nacido de 1861, describe su vida desde un ángulo médico que automáticamente suplanta la usual egomanía de las autobiografías. Mejía, así como lo afirma en el título de su obra, teje una historia ligada al transcurrir de sus años; de su terruño en plena fase fundacional y la articulación de estos dos bloques dando como resultado una visión, que se podría calificar como moderna, de hechos del pasado que conocemos solamente fragmentados por la historia tradicional.
Mejía con ojos abiertos describe una región perfectamente ligada a lo rural donde la faena agrícola se traslapa con la investigación científica de forma natural sin crear turbulencias o ser producto de la excentricidad. Vive Mejía algo que es típico de nuestra mentalidad antioqueña: la naturaleza que deja honda huella en nuestra alma por medio del trabajo en el campo. Leo a Mejía y se me viene a la mente mi abuelo Jorge Hoyos Robledo y como el sentía toda una cosmovisión alrededor de las fincas y lo que crecía y sucedía en ellas. Plantea Mejía una ecología que dista de la actual, ya que surge de otra inquietud, pero coincide en la conclusión que se centra en proteger. 
Al ser militante del partido liberal, las descripciones que hace de las guerras civiles acontecidas en la región como la del 76 o la del 85, enriquecen nuestro conocimiento de esos hechos constituyendo una especie de historia política de la Colonización Antioqueña que no se ha podido decantar debido a la falta de información como la que ofrece este testigo presencial.
El leguaje usado por Mejía es difícil de definir y con decir que es castizo no se capta la esencia. Tiene Mejía un talento para narrar y se podría decir que en él se perdió, así como se perdió en su coterráneo Juan B. López, unos grandes narradores. La razón es sencilla: estos señores no le dieron la importancia que hoy le damos a este género. Ellos se desgastaron escribiendo en periódicos debatiendo la política diaria, aplazando seguramente la redacción de unas obras duraderas y de envergadura. Ambos finalmente hicieron el intento, pero las 400 páginas que nos dejaron cada uno, no soportan el peso de las miles que regaron en docenas de periódicos de las mas variadas cualidades y orígenes, fungiendo sus libros como llamativas muestras de lo que pudiera haber sido. Leer a Mejía es leer a Tomás Carrasquilla, es leer a Rafael Arango Villegas, solamente que tratan de temas opuestos, los une eso sí, la idiosincrasia antioqueña. Complementa Mejía la visión de estos grandes de las letras nuestras aportando la visión médica que no se limita al cuerpo, sino palpa el alma. Comparten estos hombres el humor traducido en cariño que le tienen a los protagonistas de sus novelas. Ellos escriben con pasión, pero no son categóricos; juegan con lo colectivo y lo individual de los móviles de los hechos que viven sus personajes y traslucen sentir una gran satisfacción al hacerlo. 
Leer a Mejía es hacer un viaje a pie por el alma antioqueña y las montañas agrestes que le sirven de hábitat y en ese recorrido conocer una sociedad en plena ebullición que estaba acumulando las vivencias para sustentar mitos y convertirse en leyenda.
Muere este apasionado médico en 1952 dejando atrás un legado que se funde con las construcciones en bahareque del maestro Eliseo Tangarife; las directrices del padre Barco; los poemas de doña Agripina Montes del Valle y el ímpetu del Batallón Salamina y que resuena con alegría a medio día con las campanadas de la Basílica Menor de la Inmaculada Concepción. 
Si para celebrar los 150 años de la fundación de Salamina sus líderes, incluyendo al médico Jaime Mejía, se habían propuesto realizar 66 obras y empezaron 7 años antes a planificar y tramitar su realización, hoy, que no existe un comité de importancia siquiera, con publicar la obra de este gran hombre, la familia Mejía que patrocinó este trabajo editorial, puso una marca importante para ambientar esa destacada fecha. A ellos todos les doy las gracias por escoger al libro como elemento para cimentar esta diciente fiesta.