Cierro mi ciclo de columnas sobre Silvio Villegas, iniciado para honrar a este hombre enamorado de su ciudad natal con motivo de los 50 años de haber muerto, por el cual Manizales no está haciendo mayor cosa para no dejarlo perder en el olvido, con unas ideas acerca de su obra póstuma intitulada “El Hada Melusina, cartas de amor y pasión”, publicada en 1996.
Para mí el libro “El Hada Melusina” es una torpe venganza de tinte político, porque tal amorío y pasión propagado por los editores nunca existió. Son bellas esas cartas, pero solo aptas para lectoras y lectores sensibles y cultos en grado sumo, ya que representan un ejercicio literario y no una correspondencia clandestina entre una dama casada y su presunto amante.
Al leer estas cartas con atención noto que no hay un diálogo entre las dos personas que se aman. Silvio escribe y nunca contesta algo que su “amada” le debería haber dicho como respuesta. En estas páginas Silvio acomete un monólogo de amor como un posible apéndice al libro “Las Penas de joven Werther” escrito por rey de las letras alemanas, Johann Wolfgang von Goethe, en el año 1774, en pleno auge del romanticismo. No creo que una relación como la que aducen los detractores de Silvio Villegas haya existido, porque una mujer no estaría de acuerdo con ese tipo de soporte para un amor que solo en las cartas tenía viabilidad, ya que la dama estaba casada. Dentro de las cartas aparecen dos figuras que igualmente acusan extrañeza: Silvio habla de Ricardo y de Cósima, refiriéndose al compositor Ricardo Wagner y su esposa que sí vivieron un adulterio hasta que sus cónyuges les otorgaron el divorcio para entonces poderse casar. ¿Qué amada sufre cartas donde son introducidas constantemente figuras completamente foráneas que poco enriquecen el diálogo y la emoción?
Silvio en una de ellas le recomienda a la amada guardar las cartas que el escribe, pero que él quemará las de ella. Me pregunto: ¿no debería ser perfectamente al revés el proceder? Debería haber sido urgente quemar las cartas de él, las cuales al llegar a manos de la amada se volvían en prueba del delito y mejor preservar las que él recibía. Y un argumento final: ¿cómo es posible que estas cartas estén en poder de la hija de Silvio Villegas y no en manos de un descendiente de la amante? ¿O sea, las cartas que el mozo de mi esposa le mandaba las tiene la hija del adúltero? Una logística muy alrevesada que induce a pensar que las cartas copiadas en papel químico, que doña Eugenia encontró entre los papeles de su padre, eran un borrador de un libro y no prueba de devaneos amorosos de su progenitor y que su asesor editorial, Otto Morales, identificó, sin base alguna, como un epistolario amoroso afectando la imagen de ese prohombre manizaleño. Una última pregunta: ¿qué amante guarda copia de sus cartas? Como dice Silvio Villegas: releo tu carta, y la beso y lloro sobre cada una de sus letras amadas; pero un hombre apasionado como Silvio Villegas, todo un leopardo, nunca conservaría una carta suya porque sabe del valor y peso de la palabra expresada, y más a una amante.
¿Pero entonces, qué son esas 103 cartas reunidas bajo ese título tomado de Goethe? Para mi fueron un borrador de una idea literaria que Villegas no concluyó o del cual se distanció y dejó sin publicar, pero que guardan una estrecha relación con sus tres libros ajenos a la política: “Ejercicios Espirituales”, “La Canción del Caminante” y “La Imitación de Goethe”. Estos textos son el anverso humano de este político que cuando las estibas para el Ferrocarril de Caldas en 1926 eran retenidas indebidamente por el gerente del Ferrocarril del Pacifico en Buenaventura propuso que los manizaleños fueran armados a traer esos polines que se necesitaban con urgencia para arrimar hasta Manizales el tren y los materiales para reconstruir la ciudad devastada por los incendios. Estos textos muestran al hombre sensible atento al mundo afectivo. Estas cartas son una meditación acerca del amor dejándose guiar por el joven Werther, la mayoría de las 103 cartas vienen rubricadas con ese nombre, que en el amor solo ve exaltación y dolor, los dos extremos más fuertes por emotivos, así como lo concibió el romanticismo. Así que no se requiere de diálogos o consideraciones de un verdadero Don Juan para manejar una presa, aquí, al ideal, no se le ponen trabas o límites; dice Villegas en una de esas fantásticas cartas: “No has dejado de ser un solo instante mi novia, el sueño inaccesible de una existencia ardida por el ideal.”