Desde hace muchos años no iba a la Feria del Libro de Bogotá.
Estuve, por invitación de la Secretaría de Cultura, hace 15 días, y después de un recorrido de dos días entendí por qué no había vuelto, a pesar de que esa había sido mi universidad como editor cuando fui por 5 años seguidos como expositor. Observé que las grandes editoriales habían crecido, y los pequeños, mis compañeros de generación que hace 20 años nos comprometimos con los libros, habían disminuido.
Es curioso que un evento pensado para fomentar la escritura, la lectura, el libro y, por supuesto, la industria editorial, el cual subsiste por los aportes de la Nación, esté diseñado para estandarizar la lectura, porque ganan solo los grandes y a nosotros los pequeños y los de provincia no se nos tiene en cuenta.
El metro cuadrado de espacio de exhibición le cuesta lo mismo a una multinacional como Pinguin que a un editor principiante. ¿Cómo se compite bajo esas condiciones? Nosotros, que publicamos lo local, que sostenemos al libro en la provincia, sucumbimos ante esa diligente globalización.
¿Cómo es posible que, al libro colombiano, el Gobierno lo deje desamparado y envuelto en unas estrategias de mercadeo en las que solo gana el gran capital, opacando a su paso lo local? ¿A cuántas editoriales pequeñas no les es posible estar presente en esa gran Feria y mostrar y vender lo suyo, fuera de ver lo que hacen los otros?
Pagar un estand a precio internacional, los costos de transporte, la dormida y la comida se vuelve un obstáculo para un empresario de los libros de provincia, perdiendo de esa manera la cultura del país ese invaluable aporte.
Me pregunto: ¿Cómo vamos a incrementar la lectura en Colombia si a las pequeñas editoriales se nos excluye de ese evento por razones económicas?
Me da escozor pensar que las multinacionales son los mayores proveedores de literatura del país, porque eso imposibilita el desarrollo de una literatura nacional, diversa y original.
Pienso que se le debería exigir a los grandes que adopten en sus magníficos pabellones a un buen número de editoriales chiquitas y las orienten para que se fortalezcan y así enriquecer el libro en Colombia.
Recorriendo los muy bien visitados pabellones me di cuenta el por qué la Filbo no compite con las grandes ferias del mundo de habla castellana: se permite, mejor se fomenta la presencia de expositores ajenos al mundo del libro, que aprovechan la posibilidad de exponer sus temas como lo hizo la Armada Nacional y otras instituciones públicas, rentando el negocio del alquiler de espacios en deterioro del libro mismo. Eso no se ve en las ferias de Guadalajara, Buenos Aires o Madrid.
Yo era del pensar, después de estar en este gremio por 23 años, que las ferias del libro regionales habían caducado y requerían, para su supervivencia, una reestructuración; en Bogotá me di cuenta de que todo el fomento del libro está en crisis y que se gastan millones de pesos en estrategias de lectura y etc. que riñen con el ejemplo que se da en Bogotá y que rigen para todo el país.