La primera llamada es a las 7:50 a.m., uno contesta y es una máquina con la voz entusiasta de una joven que le dice: “Hola, Claro tiene excelentes ofertas para ti, oprime el número uno si estás interesado…”. La segunda entra a las 8:50 a.m. ahora es la voz pausada de un señor: “Hola Ricardo, te invitamos a que conozcas las ofertas que Claro tiene para ti…”. A las 10:00 a.m. se repite la llamada y antes del mediodía llega la cuarta. No hay manera de hablar con nadie, pues estas voces son de una máquina, de lo que hoy llaman un Chatbot. En la tarde es la quinta llamada, pero ya no es Claro, es Bancolombia ofreciendo la modificación de las cuotas para pagar la tarjeta de crédito, también un Chatbot.
Mis principales verdugos son Claro y Bancolombia, pero también entran llamadas ocasionales de Movistar, Tigo, otros bancos y compañías que uno ni sabe que existen y prometen beneficios fáciles para el cliente. Hace poco recibí una llamada que al final me pareció simpática. Apenas contesté un joven me dice amablemente: “Buenas tardes, habla con Carlos, su asesor de Claro, con quién tengo el gusto de hablar”. Le respondo: “A quién está llamando”. El muchacho espontáneamente me dice que no sabe, y lo expresa con tanto candor que en vez de molestia me causa risa; conversamos un par de minutos y le digo que no estoy interesado en que me ofrezcan productos de Claro y que sería bueno que antes supiera a quién está llamando; aunque sé que es inútil, le pido que no me vuelvan a llamar y que informe que no quiero recibir llamadas de Claro para ofertas comerciales, que solo me pueden llamar para lo relacionado con el plan que tengo contratado con ellos de internet, teléfono fijo y televisión.
Hasta hace unos meses estas llamadas siempre las hacían personas, lo que no restaba la molestia; ahora son robots a los cuales no se les puede expresar nada, máquinas que son absolutamente inmunes a nuestros reclamos, es que no hay manera de hacerlos. Esta práctica comercial de llamar hasta el agotamiento es sin duda un abuso, y todo está diseñado para que no podamos librarnos de ellos. Al llamar al call center de Claro no existe la opción de hablar con un humano y menos solicitar que no lo vuelvan a llamar a uno. Lo que hace la máquina que contesta es remitir a un WhatsApp de opciones cerradas dentro de las cuales no aparece la de solicitar que no llamen más. Lo único que queda es ir a una oficina de Claro a hacer la solicitud, con todo el tiempo que implica esta diligencia y con el riesgo, como me pasó, de que quien lo atienda a uno no sepa cómo es el procedimiento para la exclusión de estas fastidiosas llamadas. Para que no llamen de Bancolombia se debe llamar a su call center y sostener una conversación con un asesor que dura media hora.
¿Si el banco o la empresa de comunicaciones ha recibido sistemáticamente de parte de un cliente un no a sus ofertas, por años, por qué lo siguen llamando? y ¿no es suficiente pedir al mismo asesor comercial que no lo llamen a uno más para que cesen esa tortura cotidiana?
Los desarrollos de los mercados son contradictorios, por un lado nos generan mayores comodidades en la vida cotidiana, como poder hacer muchas diligencias bancarias y de pagos desde la casa; pero, el mismo banco nos fastidia con su llamadera insensata, acompañada de un bombardeo de mensajes de texto y correos electrónicos.
Existe ya el registro de números excluidos (RNE) por parte del Gobierno, es un avance, pero solo opera hacia adelante, o sea que quien lo llamaba antes de registrarse seguirá haciéndolo. Es difícil el control gubernamental de estas desagradables prácticas comerciales, pero se debe avanzar más en la protección de la esfera privada de las personas. Tenemos el derecho de contestar el teléfono, incluso a números desconocidos, sin ser víctimas frecuentes de estas emboscadas a distancia. El día en que las empresas tengan que pagarle una indemnización a la víctima de tanta ‘jodencia’, tal vez las cosas cambien.