A una hora en que mucha gente está viendo televisión, generalmente 7 u 8 pm, se interrumpe la programación habitual con una imagen oficial de la presidencia de Colombia, suena el himno nacional y luego una voz seria y adusta informa que el Presidente de la República se dirigirá a los colombianos. Finalmente aparece el mandatario frente a un atril y sus primeras palabras son generalmente “colombianos y colombianas…” El televidente agudiza sus sentidos e independiente de su gusto o malquerencia por el presidente, presta atención al jefe de Estado, pues el mensaje que este va a dar se presume importante para toda la nación, esté uno de acuerdo o en desacuerdo con lo que se informa a todo el país. Las alocuciones presidenciales, así se les llama, son cortas, entre 10 y 15 minutos y están cargadas de solemnidades y formalismos que buscan, y lo logran, darle un realce al acto más allá de las noticias y anuncios cotidianos del gobierno.
La primera alocución de un presidente en la televisión colombiana fue de Gustavo Rojas Pinilla, justamente el día en que se inauguraba la televisión en nuestro país, 13 de junio de 1954, justo un año después del golpe de Estado dado por Rojas. El motivo era obvio, el país se vinculaba a este fenómeno que transformaría la vida social, como antes lo había hecho la radio. Solo 400 televisores recibieron la señal, pues este aparato era para ese entonces un lujo exquisito. Durante 68 años se conservaron un formato y unos rituales que siempre han buscado darle realce al mensaje que el presidente quiere dar y a la figura institucional del jefe de Estado, más allá de la persona en particular que detenta el cargo. Los primeros recuerdos que tengo del Presidente apareciendo en la pantalla son de López Michelsen, luego vendrían Turbay, Belisario, Barco, Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe, Santos y Duque; cada uno exponiendo asuntos centrales de su gobierno y la vida nacional. Pero antes de los mencionados, todos los presidentes acudieron a la TV a partir de 1954, y tal vez la alocución presidencial más famosa y recordada es la del 21 de abril de 1970, mediante la cual Carlos Lleras Restrepo anunció un toque de queda y ordenó que nadie estuviera en la calle después de las 9 pm de ese día.
Pero el presidente Petro cambió la historia de siete décadas. Cada vez que la programación se interrumpe en la televisión abierta y escuchamos el himno nacional con el posterior anuncio de “a continuación se dirige a ustedes el señor presidente de la República, Gustavo Petro Urrego”, y nos preparamos para ver al presidente ante el atril único del primer mandatario, en una escenografía oficial y solemne, las  imágenes que siguen no corresponden a la tradición anclada en nuestra memoria, a la solemnidad de una alocución presidencial, y para rematar el presidente no se está dirigiendo a nosotros, a quienes estamos al otro lado del televisor. Lo que nos toca ver es la retransmisión de una intervención del presidente ante algún auditorio en Colombia o en el exterior; presentación que generalmente dura alrededor de 45 minutos, y que también generalmente la inmensa mayoría de los televidentes deja de ver a los pocos minutos pasándose a algún canal de cable.
Esta nueva costumbre trivializa un evento que debe reservarse a comunicaciones claves del jefe de Estado con la nación y representa un abuso de poder por parte del presidente, pues es él quien da la orden para que nos “embutan” sus disertaciones de aquí y allá. La ley habilita al presidente para aparecerse en las pantallas cuando lo estime conveniente, pero Petro está abusando de esta potestad, perdiendo al mismo tiempo la oportunidad de una comunicación efectiva con la nación, pues sin duda la inmensa mayoría cambia de canal a los pocos minutos. Petro no entiende que si es breve y bueno es bueno dos veces y por el contrario se deja llevar por su vanidad y narcisismo pensando que al verlo en sus diletantes y muy extensas presentaciones lo admiraremos por su sapiencia y su erudición.
Qué falta que hace la pluma de Antonio Caballero durante este gobierno, pues hubiera desnudado de manera magistral sus desafueros cotidianos.