Me llama profundamente la atención que elección tras elección todos los candidatos prometen el oro y el moro. Y las ofertas se han ido incrementando con el tiempo. Los candidatos actuales a gobernaciones, alcaldías, asambleas y concejos parecen en un mercado de las pulgas o en el zoco del mundo árabe, pregonando a viva voz todo lo que tienen para vender, hasta lámparas con genio incluido como en las Mil y Una Noches. Estamos atrapados en un círculo vicioso: los candidatos ofrecen de todo de manera irresponsable y demagógica, y la mayoría de los electores esperan hambrientos todas las promesas idílicas de los candidatos para finalmente votar por el más hábil de todos los culebreros. Es común ver a candidatos a gobernaciones y alcaldías de ciudades capitales, de quienes se debería esperar un mayor grado de formación y seriedad, ofrecer una cantidad desbordada de bienes y servicios para los ciudadanos, ocultando o ignorando la limitación de los recursos y competencias de las instituciones que quieren liderar. Lo que está escondido debajo de este grueso tapete de promesas y engaños es que la inmensa mayoría de candidatos solo quiere tener poder, simplemente. Esa es la mugre que se oculta y que nunca se confiesa, pues todos sin excepción solo pregonan su ‘vocación de servicio’.
Para superar esta charlatanería es bueno recordar un concepto básico cuando se estudia lo público, o sea el Estado: los bienes públicos. En últimas, el Estado se expresa a través de los bienes públicos; si los puede proveer es un estado saludable, si no puede es un estado fallido. Los bienes públicos son aquellos servicios intangibles y bienes tangibles que son necesarios para garantizar la vida en sociedad y que deben estar a disposición de todos los ciudadanos. Parten de unos básicos: la seguridad y la justicia, y van avanzando con las vías de comunicación, la provisión de agua, el alumbrado público, el saneamiento básico, la salud de la población, la educación, la promoción de la cultura, hasta llegar a la cobertura de derechos de consolidación reciente como un ambiente sano y la protección de minorías excluidas. La obligación de oferta de bienes públicos por parte del Estado ha ido de la mano con la evolución de los Derechos Humanos que han pasado de primera generación a segunda, tercera y cuarta.
Y no se necesita ser versado en Derecho Público o economía, las dos ramas del saber que más se han ocupado del concepto de bien público, para entender a qué se debe atener un alcalde o gobernador, es cuestión de tener una mínima claridad de la función pública y no engañar a la gente. Bastaría que leyeran los artículos que la Constitución dedica a sus competencias. Una clara intuición del asunto, sin necesidad de profundos estudios, también nos muestra lo que hay que hacer. Un ejemplo doméstico sirve para ilustrar el tema: ¿tiene sentido que unos padres de familia compren para su hogar un televisor de última generación con un precio muy alto si no son capaces de ofrecer alimentos, salud y educación a sus hijos? El tema es un asunto de prioridades, de recursos limitados para unas necesidades que siempre los desbordan; por eso hay que escoger. Y lo que se está viendo es que los candidatos presentan prolijos programas que de lejos superan las capacidades económicas y operativas de las instituciones, lo que lleva a que al final de los mandatos los incumplimientos sean la regla y el descuido de lo esencial altamente lesivo para la comunidad. Seguridad, agua, luz y electricidad, alcantarillado y basuras, movilidad, salud, educación, nutrición de los menores y protección ambiental son ejemplos clarísimos de los bienes públicos esenciales que un alcalde o gobernador debe garantizar que estén disponibles para sus ciudadanos. Es fácil entender que primero está velar porque la alimentación escolar funcione como un reloj suizo que construir un bello bulevar lleno de ornamentos y tapizado de flores.
Una reflexión final: ¿Deben alcaldías y gobernaciones dedicarse a promover el mundo empresarial y a ofrecer programas de emprendedores y microcréditos? La experiencia ha demostrado que en esto fracasan. Zapatero a tus zapatos, y los bienes públicos esenciales son los zapatos de los funcionarios públicos.