Javier Milei es el fenómeno político de Latinoamérica en este momento, de eso no cabe duda. Es un economista de 52 años que desde 2021 hace parte de la cámara baja del Congreso argentino y que hasta su irrupción definitiva en la política hace menos de tres años era un académico, consultor empresarial y opinador de medios. En política es lo que desde hace un tiempo se denomina un outsider, es decir un recién llegado o advenedizo. Milei es una figura estrambótica, su apelativo de Peluca proviene de su abundante pelo desordenado meticulosamente, su comportamiento rompe con las buenas maneras y la cortesía con sus interlocutores cuando no está de acuerdo con ellos y es duro, agresivo y grosero para referirse a los políticos contrarios. Es obsesivo hablando de economía y de su proyecto que denomina libertario, y se precia de recitar de memoria la obra filosófica y económica de Friedrich von Hayek – padre del neoliberalismo. Milei es sin duda un político de derecha dura que admira a Trump y Bolsonaro y que afirma que Menen ha sido el mejor presidente de Argentina en toda la historia.
Lo anterior es solo el prólogo de lo que representa Milei, pues sus postulados centrales respecto al Estado, la economía, la política y la sociedad son aún más excéntricos que su apariencia y sus maneras. Es radicalmente liberal en economía y propugna por un Estado mínimo, minúsculo, que no se entrometa en la vida de la gente; y pide que la libre iniciativa económica no tenga cortapisas y controles; aunque respecto a instituciones sociales es conservador. Es incisivo en la necesidad de recortar drásticamente al gobierno y su iniciativa más radical en economía es la eliminación del banco central argentino y la dolarización de su economía. Y para mayor escándalo afirma que “la justicia social es robarle el fruto de su trabajo a una persona y dárselo a otra.”
Así parezca contraintuitivo,  este defensor a ultranza del libre mercado, que se denomina a sí mismo como anarcocapitalista y que la mayoría del tiempo habla solo de macroeconomía, tiene todo servido para ser el próximo presidente de Argentina ¿La razón? Porque sus enemigos son los mismos enemigos de una buena porción de los argentinos: la clase política; porque promete vencer a los villanos que torturan a la gran mayoría de la población: la inflación y la devaluación. Y contrario al sentido común sus mayores fortines electorales son los jóvenes y los pobres.
Cuando Milei insulta a los políticos, los llama “la casta”  y les dice “chorros”, expresión del lunfardo para ladrón, son muchos los argentinos que sienten un ‘fresquito’; al igual cuando trata a sus colegas economistas de fracasados y chantas, o sea quienes engañan de mala fe. Y su inquina crece con los que denomina socialistas, comunistas, izquierdistas, zurdos. Y llega a su culmen con el Kirchnerismo, a quienes castiga por corruptos, ladrones y atorrantes.
Milei puede ganar porque cumple con una regla de oro en la política: llegar directo a las emociones de las personas, a sus frustraciones, rabias, miedos y fantasías. No importa el signo ideológico, si se llega a lo visceral, a la preocupación existencial de buena parte de la sociedad, se tiene la cuota inicial para lograr el poder. Maníacos monotemáticos, grandilocuentes y convencidos de su predestinación son los más aptos para ganarse el corazón de la gente: Chávez, Uribe, Petro, Trump, y ahora Milei. La política y la democracia son conquistas humanas en cuanto evitan, aunque no siempre, que se riegue sangre en la lucha por el poder, pero todavía falta mucho para que logren la concordia y armonía que pretenden.
Y si del sur regresamos al norte de Suramérica, a Colombia, nos encontramos con otra dimensión de la política: una prosaica, vulgar e impúdica. Las próximas elecciones para alcaldes, concejales, gobernadores y diputados, dejan ver lo peor de unas prácticas viciadas por la trampa, el dinero, la corrupción, el clientelismo y los acuerdos entre nuestros “chorros”.