El biólogo estadounidense Edward Wilson, uno de los pioneros en los estudios ambientales del siglo XX, y quien acuñó el término biodiversidad, sostenía que los humanos tenemos cerebros de la edad de piedra, instituciones medievales y tecnología de la era espacial. Esta afirmación, si bien es una hipérbole, contiene una gran verdad: el retraso tan tremendo de la conciencia humana con relación al desarrollo de las habilidades técnicas. Resume la dicotomía de nuestra mente: por un lado tan ‘lista’  y creativa y por el otro tan caótica y destructiva.

En la medida que avanzamos en tecnología, es más evidente este desajuste. La inteligencia artificial va de la mano de la guerra en Ucrania. Es un problema que afecta, o infecta, a toda la sociedad, nadie se escapa, ninguno de nosotros se puede declarar impoluto. Pero donde más se nota es en los gobernantes, en los poderosos, ellos son la punta visible del Iceberg. En estos días abundan los frutos, las cosechas son cada vez mejores.

Centroamérica fue durante todo el siglo XX tierra fértil para las dictaduras. La más notoria fue la de Nicaragua con los Somoza, quienes tenían la nación por finca. Llegó la Revolución Sandinista y derrocó al régimen. Una amalgama de revolucionarios de izquierda y convencidos  humanistas liberales crearon un nuevo poder. Los segundos salieron pronto y hasta 1990 gobernó la izquierda dura en soledad. En 2007 Daniel Ortega regresó a la presidencia de Nicaragua para ya nunca más soltar el poder. El país volvió a ser un feudo y el señor feudal una caricatura tenebrosa de líder socialista. Las cosas han llegado a extremos inéditos: quitar la nacionalidad a más de 300 personas por hacer oposición y estar en camino la creación de la figura de la ‘copresidenta’ para la esposa de Ortega, la maléfica Rosario Murillo.

Sigamos en Centroamérica. Nayib Bukele llegó a la presidencia del Salvador en 2019. Ya en el poder empezó a recorrer un camino que solo podía llevar a un destino: el autoritarismo y la tiranía; aunque en su caso con una envoltura de ‘frescura’ y modernidad milenial. Es cierto que lo que sucede en El Salvador en términos de seguridad es terrorífico: las maras reinan a sus anchas y son las dueñas de la vida de buena parte de la población, subyugando especialmente a los más pobres, a sus vecinos. La  seguridad de Bukele, tan publicitada por estos días, oculta el despotismo que ejerce el presidente. De la mano de las imágenes de centenares de pandilleros encarcelados están las miles de detenciones sin ninguna razón y el atropello de elementales derechos. El solo hecho de estar nervioso ante una requisa o tener un tatuaje es razón suficiente para que la policía detenga a alguien y este alguien pase meses en la cárcel sin ninguna razón.

Ortega gobierna desde hace 15 años y ejerce brutal violencia para quedarse cien años más en el poder de la mano de su bruja esposa. Bukele está torciendo y asfixiando toda la institucionalidad para seguir derecho. El virus de un nuevo despotismo está regado por todo el mundo: Putin en Rusia, Erdogán en Turquía, Orbán en Hungría, Modi en India, Maduro en Venezuela, y de ñapa la espada de Damocles que pende sobre Estados Unidos con el riesgo del regreso de Trump. Esto sin contar un racimo de gobiernos en Asia y África. China es otra historia, pero con Xi Jinping la tenaza se aprieta.

Los estudiosos de estos fenómenos agrupan estas nuevas realidades políticas con los conceptos de nuevo populismo y democracia iliberal, haciendo una caracterización muy precisa: recorte de libertades públicas, constreñimiento a los ciudadanos, violación de los Derechos Humanos, asfixia a los poderes públicos que hacen contrapeso al gobierno, hostigamiento a la prensa y permanencia en el poder más allá de lo que la democracia recomienda. Si Maquiavelo volviera vería cómo proliferan en el siglo XXI sus discípulos de príncipes, los que siguen como una cartilla sus recomendaciones para conservar y acrecentar el poder.

Al final, el problema vuelve a cuestiones básicas de la condición humana desde hace 25 siglos.  El poder, el prestigio, la riqueza, la vanidad. La política, más allá de lo que se piensa, tiene un ancla en estas dimensiones. Los políticos, a su vez, con elocuente retórica tienden un velo que pretende tapar estas intestinas realidades, que están labradas en nuestro cerebro reptil, dándole la razón al sabio Edward Wilson.