Está siendo discutido en este momento en el Congreso de la  República un proyecto de ley que pretende rebajar el salario de los congresistas. Hoy reciben como ingreso mensual por su trabajo 43 millones de pesos; el proyecto apunta a una rebaja de 10 millones. Esta iniciativa ya fue aprobada en el Senado y ahora pasa a comisión y plenaria de Cámara. Si bien ya se han presentado muchas veces proyectos similares, siempre fracasados, esta es la vez que más chance tiene de prosperar la pretensión de rebajar el sueldo de los parlamentarios.
¿Es adecuado o no, lo que reciben hoy los congresistas por su trabajo? Si se reflexiona con seriedad sobre esta pregunta la respuesta no es fácil. Por un lado, sus responsabilidades son enormes, su trabajo es voluminoso, y la formación que deben tener para desempeñar el cargo, ganada por experiencia y en la academia, debe ser sólida. Desde esta perspectiva y teniendo en cuenta los ingresos que recibe un ejecutivo en el sector privado por cargos de igual responsabilidad, o incluso menor, la asignación es adecuada. Pero si miramos el espíritu del trabajo en cuestión, o sea representar a la comunidad, llevar la vocería de la gente, y si la inmensa mayoría de los ciudadanos tienen ingresos brutalmente menores, no queda bien el monto de sus ingresos. Pero lo que definitivamente hace que los ciudadanos quieran que los congresistas ganen menos, no es ni siquiera la diferencia de ingresos, es la manera en que ejercen el cargo la mayoría de los parlamentarios, pocos se salvan. Lo que se evidencia es un aprovechamiento individual abusivo de un cargo de poder en la sociedad. Todo empieza con la forma en que llegan al puesto: las campañas tienen muchas zonas oscuras, acuerdos poco santos y clandestinos, y dineros que no se pueden confesar. El resultado es que a estos cargos, la mayoría de los que llegan son indignos para el oficio. Y en el ejercicio de su trabajo saltan todos los días los escándalos: corrupción, clientelismo, nepotismo, trampas e incapacidad para ejercer adecuadamente las responsabilidades asignadas por la Constitución. Lo que queda a los ojos de la opinión y la gente es un abuso del poder por parte de los elegidos. Y entonces, la rebaja de sus salarios es vista como un pequeño castigo ante tanta indignidad, para que no se lo traguen todo.
Este asunto con los congresistas nos lleva a una reflexión mucho más amplia: la manera como se ejerce el poder. Porque es en todo el Estado que aparecen los abusos, las poses monárquicas y las manos largas. Y no se salvan del reproche las organizaciones políticas que siempre han estado en la oposición y han fustigado a los gobernantes de siempre. Los que estrenan cargo también sucumben a la tentación de empegotarse de las mieles del poder. El gobierno presente nos ha nutrido de muchos ejemplos, empezando por el Presidente Petro, su esposa, varios de los ministros y congresistas del Pacto Histórico. A propósito, la denuncia que se ha hecho de los actos recientes de mal uso del poder es absolutamente necesaria; pero tiene algo esquizofrénico, pues quienes han denunciado con mayor ahínco y virulencia han sido los representantes de un viejo establecimiento que se ha llenado hasta la gula de las peores prácticas para beneficio propio, olvidándose de su pasado vergonzoso.
¿Será posible ejercer el poder político de otra manera? ¿O será que nuestra condición humana es muy frágil y sucumbe ante la más pequeña tentación? Es imposible que lleguemos a un estado de cosas perfecto, digno de almas inmaculadas, pero sí es posible algo diferente, mucho mejor y más decente, más digno y honrado. Otras sociedades han avanzado en este camino y es nuestra obligación dar pasos urgentes en esta dirección.
La sobriedad y austeridad en el ejercicio público son de las mayores ganancias que la sociedad debe derivar de los servidores públicos, empezando porque dan ejemplo.