Este año que termina nos deja eventos en lo doméstico e internacional que marcan tendencias que vale la pena registrar y atender. Muchos de ellos son hechos recurrentes y nada originales en la historia, otros por el contrario se presentan por primera vez y pueden estar destinados a abrir un nuevo surco en la manera como vivimos.
El lo local hay que revisar ante todo lo que ha sido el gobierno del Presidente Petro, el cual se presentó a mediados del 2022 como algo inédito en nuestra historia política, que llegaba con muchas expectativas para todos, para algunos en forma de cuento de hadas, para otros como pesadilla hiriente, y sobre el cual, ya aproximándose a la mitad de su camino, podemos vislumbrar unas tendencias que posiblemente se consolidarán y marcarán lo que le falta. Una caracterización del gobierno Petro nos lo muestra como uno que está más cerca de la retórica y el discurso que de las acciones y realizaciones; centrado excesivamente en la persona del presidente que en una organización con el objetivo de sacar adelante grandes metas estratégicas. Y lo novedoso del fenómeno, la llegada al poder de un colectivo contestatario, ajeno al establecimiento político, económico y tecnocrático, ha revelado el abismo que existe entre la observación de los hechos desde afuera, desde la tribuna, y la participación como protagonistas de la obra, entre opinar sobre el gobierno y gobernar. También se ha evidenciado una alta propensión a que se repitan una y otra vez nuestros pecados clásicos: clientelismo, amiguismo, corrupción y falta de efectividad. Es el sistema, y qué duro es cambiarlo.
La institucionalidad del Estado colombiano, con todas las quejas posibles que se puedan tener, que escritas llenan bibliotecas, ha mostrado la otra cara de la moneda, positiva y oportuna: contener iniciativas temerarias, preservar el Estado de   Derecho y la división de poderes. Si Petro no ha movido en su beneficio el cerco de lo que le toca de poder público es porque, y hay que decirlo, no es Chávez o Maduro, pero también porque ha operado de muy buena manera el sistema de pesos y contrapesos en el Estado con base en la Constitución.
Independiente de la manera como se han planteado las iniciativas, de los riesgos de ejecutar a rajatabla las propuestas del gobierno y especialmente del presidente Petro, este gobierno ha puesto sobre la mesa problemas que se han atendido de manera marginal o descuidada por parte de pasadas administraciones, temas que deben quedarse sobre la mesa por mucho tiempo. Cambio climático, protección ambiental, atención a los sectores más frágiles y a minorías excluidas, deben ser obsesión para los gobiernos que lleguen. En resumen, este gobierno nos hace transitar un camino de carretera destapada, pero el conductor con seguridad entregará el timón en 2026.
A nivel global tres hechos marcaron el año. El primero es la guerra entre Israel y Hamas, la cual está en el nivel de destrucción y muerte de las tres principales guerras entre Israel y sus vecinos: Sinaí (1956), Seis Días (1967) y Yom Kipur (1973). Una guerra marcada por la brutalidad y demencia de Hamas y una respuesta salida de madre de Israel. Esta tragedia nos recuerda, así como la guerra de Ucrania, que la buscada y ambicionada armonía entre las naciones está a años luz, a pesar de tanta sofisticación económica y técnica que ha alcanzado la humanidad. El segundo es la emergencia de la Inteligencia Artificial como nuevo hito tecnológico con una capacidad brutal de cambiar la economía y la vida social, con sus ventajas enormes y sus riesgos tenebrosos. El tercer hecho ocurrió en Dubai, es el acuerdo final de la reunión climática mundial de este año, la COP28, cuyo texto final de consenso es el de avanzar hacia el abandono de los combustibles fósiles. Ojalá se cumpla y no sea demasiado tarde.
El 2024 llegará pronto y traerá sus propias sorpresas, sus hechos alentadores y sus monstruos temibles.